En España coexisten dos lenguas de signos como son la española y la catalana, aunque también se contemplan algunas variedades lingüísticas de otras comunidades. A pesar de la antigüedad de las señas, es en los últimos años cuando este lenguaje está ganando protagonismo y atención por parte de las administraciones, pese a que incluso el artículo 8 del Estatuto de Autonomía -en el caso de Castilla y León- recoge que “los poderes públicos promoverán el uso de la lengua de signos española de las personas sordas, que deberá ser objeto de enseñanza, protección y respeto”, además de que se implementará la utilización por las administraciones públicas de la Comunidad “de los sistemas que permitan la comunicación a los discapacitados sensoriales”.
Desde la Federación de Asociaciones de Personas Sordas de Castilla y León (Fapscl) defienden la lengua de signos como “el vehículo a través del cual nos comunicamos” las 12.182 personas con discapacidad auditiva en la Comunidad (según los datos de la Gerencia de Servicios Sociales correspondientes a 2015) y que “forma parte de nuestra idiosincrasia”. El colectivo trabaja, a través de una decena de entidades repartidas por la Comunidad, en la mejora de la calidad de vida de las personas sordas en todos los ámbitos de la vida, de ahí que los servicios que prestan se centren en la atención a las personas con una discapacidad auditiva y a sus familiares.
Desde Fapscl reclaman “mayor accesibilidad en igualdad de condiciones” en todos los ámbitos de la vida, en especial para las personas mayores, que ven cómo no se cubren sus necesidades de forma especializada, algo que se ve agravado por el “aislamiento social” al que se encuentran sometidos. Otra de las carencias que vive este colectivo es la falta de acceso a la educación en igualdad de condiciones, lo que se convierte en “la primera causa de la falta de salida al mercado laboral”.
De hecho, desde el colectivo lamentan que no se esté cubriendo la totalidad de horas lectivas con intérprete de lengua de signos “en todos los ámbitos”, como es el caso de los servicios de urgencias médicas o la educación. También faltan profesionales que conozcan la lengua de signos y educadores sordos en las escuelas y asociaciones “para que ayuden a la integración del colectivo normalizando su participación social”, entre otras muchas deficiencias.


Mar estudió Pedagogía y apuesta por “visibilizar” el lenguaje de signos con el fin de “romper las barreras que existen de discriminación”, además de que laboralmente entiende que es “injusto” no poder mantener relación con una persona “por el hecho de que yo no sepa expresarme”. Mar recalca que resulta “injusto” que las personas con algún tipo de discapacidad no tengan “las mismas oportunidades de entrada” en casi cualquier ámbito. “Estas personas no están en el mismo eslabón social”, lamenta Mar, quien insiste en la importancia de, al menos, intentar comprenderlos. “De entrada, viene una persona a hablar con el lenguaje de signos y se ve que no tenemos ni idea”, dice.
“Si hubiera sabido comunicarme antes, habría sido una facilidad para ellos”, insiste Tatiana. Al hacer referencia a una discapacidad, normalmente se piensa en personas ciegas o con movilidad reducida, pero no en demasiadas ocasiones se piensa en las personas sordas. “Ellos intentan expresarse de cualquier forma para que se les entienda, y el que no hagamos el esfuerzo... está mal”, denuncia Tatiana, quien cree que pueden hacer cualquier tipo de trabajo aunque, en realidad “se les tiene como separados”.
La gran olvidada
La profesora del curso estima que la lengua del signo “no se conoce bien” y podría aludirse a ella como “olvidada” a pesar de que tiene una gran importancia para la integración de las personas sordas, aunque Carmen insiste en que eso es así “porque no se conoce” y “no se ve” a diario. Para evitar los problemas de comunicación que tienen las personas sordas, reclaman campañas de sensibilización “para que la gente sepa que existe la lengua de signos” y que las personas signantes “la necesitamos para la integración social”.
Los especialistas en Lengua de Signos Española (LSE) pueden impartir clases en lengua de signos o utilizar una parte de asesor. La enseñanza, en realidad, es como la de cualquier otro idioma, si bien en este caso “es vistogestual, tiene mucho de expresión corporal y todo a través del canal visual” frente al canal auditivo que es el más frecuente en otras lenguas.
Carmen reconoce que a los alumnos les cuesta “muchísimo” al principio porque “no están acostumbrados a centrar la atención exclusivamente en el canal visual” pero “poco a poco van entendiendo cómo se produce la enseñanza, practican mucho y la interiorizan”, añade. “El primer día estaban muy nerviosos porque pensaban que era muy difícil y se veían como agarrotados”, pero con el tiempo y paciencia “han ido soltándose” y poco a poco se han mostrado “ansiosos” por aprender y “motivados”.
Como ocurre con cualquier otra lengua, su aprendizaje está dividido en diferentes niveles, y cada uno de ellos consta de 60 horas “para tener una competencia que se pueda dominar con soltura”. En la ULE se ofrecen “conocimientos básicos” para que los alumnos experimenten “un acercamiento” a la lengua de signos y se dé “un primer paso” para el conocimiento de esta forma de comunicación para que, a partir de ese momento, y si así lo desean, puedan “asentar” la lengua de signos “como cualquier otro idioma”.