Confieso que la voz de esta leonesa todo arte es mi debilidad. Cómo canta. Pero las emociones babianas fueron tan fuertes que hubo que aplazar la entrevista a otro día. Me cita en el Fornos y llega en bici, tan pizpireta y sonriente como siempre...
– Canta, baila, da clase de esgrima y de expresión corporal en la Escuela de Música, de danza contemporánea en la Universidad, y es la viva imagen de la alegría de vivir... ¡qué gusto, oiga!
– jajajaja Creo que tengo alguna sustancia que me hace olvidar las cosas que me provocan dolor... Y siempre me río, tengo mucha facilidad.
– Que transmite buen rollo, vamos...
– Bueno, pero también tengo mi otro lado, no creas, la cara oculta de la luna...
– ¿De dónde viene su miedo a las alturas?
– Me di cuenta hace unos años en un viaje por Cuenca. Estaba cruzando un puente colgante, me entró vértigo y me tuve que poner a cuatro patas para cruzarlo.
– Vaya liada lo de subir en globo. ¿Sufrió?
La experiencia fue maravillosa: de placidez, con un proceso de subida muy suave y muy progresivo... Fue un placer absoluto, maravilloso, de verdad – Estaba emocionadísima, ya viste que a las 7 de la mañana ya estaba como una moto. Y luego, la experiencia fue maravillosa: de placidez, con un proceso de subida muy suave y muy progresivo... Fue un placer absoluto, maravilloso, de verdad.
– Se emocionó tanto que el piloto le tuvo que dar un toque porque se quería sentar en la barquilla...
– Sí, pobre Efrén... Luego le pedí mil disculpas, pero es que te juro me lo pedía el cuerpo. Es que yo por mí me hubiera puesto a bailar allí, vamos...
– Tímida no es...
– Pues te aseguro que soy tímida e introvertida, no sé si como mecanismo de defensa para adaptarme a la realidad... Mi realidad son los procesos de creación.
– ¿Qué quería ser de pequeña?
– Ni idea, lo único que sé es que yo siempre he bailado... Siempre, me lo cuenta mi madre. Lo tuyo son las palabras, pero yo no me fío de las palabras sino de los cuerpos, las energías... Margarita Morais me regaló el primer tutú...
– En este bar conoció a Abel, su chico. Le vio y le candó la bici porque quería conocerle, y ahí siguen mil años después... Menudo historión de amor.
– Esto me da mucho corte y me va a matar por contarlo, pero sí, tal cual. Yo le vi y tenía que conocerle... Abel es una persona a la que le debo muchísimo aprendizaje: artístico, cultural, personal. Fue una atracción física directa y rápida. Yo le vi pasar por la Catedral con la bicicleta... Y la siguiente vez que le vi, dije: pues mira, voy.
– Menuda técnica, la del candado...
– Sí, y funcionó. Tuvo que venir a hablar conmigo. Y ahí estamos 18 años después.
