«Soy nieto de un desaparecido. Mi abuelo se llamaba Emilio Silva Faba. Lo mataron a tiros junto a otras trece personas y lo abandonaron en una cuneta, a la entrada de Priaranza del Bierzo. Todas sus honras fúnebres consistieron en un agujero y unas palas de tierra bajo las que todavía hoy están sus restos».
Así empezaba una extensa carta reportaje que Emilio Silva Barrera publicó en la desaparecida La Crónica de León el día 8 de octubre de 2000. Seguramente ni él imaginaba que en esa carta se puede considerar que pone la primera piedra de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) que estos días está conmemorando su 25 aniversario, 25 años recuperando a fusilados olvidados en cunetas de todo el país. Y siguen, aún quedan muchos más.
La historia de la ARMH está siendo objeto de un buen número de reportajes, Emilio Silva Barrera ha estado muy presente y, además, también es noticia por la publicación de una novela, Nébeda. Pero ésa es otra historia; tal vez en estas historias de inolvidables sea más oportuno posar la mirada en el berciano que desencadenó la historia de esta asociación: Emilio Silva Faba ¿Quién era?, ¿cómo acabó en una fosa?, ¿qué fue de aquella familia?
El propio nieto daba en aquella carta muchas respuestas sobre aquel joven fusilado el 16 de octubre de 1936, su abuelo, junto a otros 13 compañeros. «Mi abuela, Modesta Santín, y sus seis hijos se quedaron sin padre (...) Su hijo, Ramón Silva, tenía ocho años cuando le acompañó hasta la puerta del Ayuntamiento de Villafranca. Esa fue la última vez que le vio. Más tarde, otro de sus hijos, Manolo, que tenía seis años, fue a verle con su madre. Mi abuelo le dio a su mujer, Modesta Santín, un reloj y un anillo con sus iniciales. Cuando le dijeron adiós ella ya presentía que no lo vería nunca más. A la mañana siguiente, Emilio, otro de sus pequeños, de 10 años, fue a llevarle el desayuno. El guardia que había en la puerta del ayuntamiento le dijo que no sabía nada de su padre, que no estaba allí y que posiblemente habría saltado por una ventana».
Recordaba Emilio Silva la dimensión de la figura de su abuelo. «Siempre había sido una referencia para mí. Había escuchado las historias sobre su integridad en la defensa de sus ideas republicanas y de izquierdas y sobre su trágica muerte. El pasado 7 de marzo decidí que mi abuelo dejara de ser un relato familiar. Sus restos estaban en un lugar que yo desconocía. Pero estaba dispuesto a cambiar el final de su historia».
Y lo cambió. Logró borrar el olvido tejido sobre la figura de aquel villafranquino que regentaba un almacén, La Preferida, en el pueblo. Ni era fácil pero... «en ese proceso no estaba solo. Mi tío, Ramón Silva, había vuelto de Venezuela para hacer unas gestiones. Ahora (año 2000), sesenta y cuatro años después de haberse despedido de su padre en la puerta del ayuntamiento de Villafranca, estaba dispuesto a no volver a Caracas sin haber enterrado» a aquel familiar cuyo delito era «militar en Izquierda Republicana, defender una escuela pública y laica, y que lo pagó muy caro, él y los suyos, pues su hijo tuvo que abandonar la escuela siendo un niño...».
Y recuerda Silva el largo camino compartido con mucha gente, viajes semanales desde Madrid, horas en archivos, complicidades, silencios... con final no se puede decir que feliz, pero sí justo. «El pasado sábado 23 de septiembre del año 2000 colocamos una placa sobre la fosa. Los huesos serán exhumados en pocos días. Mi abuelo podrá descansar en un cementerio. A la familia le gustaría que fuera junto a los restos de su mujer, Modesta Santín, que vivió hasta los 93 años lamentando su pérdida».
Cuando se exhumaron ‘los 13 de Priaranza’, el origen de la ARMH, Silva recuerda que se había producido antes, en octubre de 1936, la valiente exhumación de una víctima, « a la que su familia, que sabía dónde estaba, llevó escondido en un carro, jugándose la vida».
