Estamos en Cistierna, en el obrador artesano de Repostería Montesori, un negocio que, a pesar de sus 25 años de historia, sigue enclavado en el mismo entorno rural que lo vio nacer. Nos acompañan Montesori, la fundadora, y Alberto, el joven que ha tomado el testigo tras dejar su carrera administrativa.
– Preguntamos a Montesori, Sori, la fundadora de estos 25 años de sabor y esencia, y empezando por el principio: ¿Cómo se le ocurrió montar una repostería artesana aquí, en el medio rural, y cuál es la esencia que la ha mantenido viva tanto tiempo?
– Montesori: La idea surgió tras el cierre de la minería en el valle, esta tierra tiene un imán que nos atrapa y tenía muy claro que yo quería seguir en el valle, así surgió el obrador con las delicias del valle como ingredientes.
– ¿Si tuviera que describir el ADN de Repostería Montesori en tres palabras, ¿cuáles serían y por qué?
– Montesori: Yo diría tradición, humildad y permanencia. Tradición, porque respetamos las recetas centenarias. Humildad, porque trabajamos con lo que la tierra nos da sin artificios. Y permanencia, porque hemos decidido quedarnos y ser un pilar dulce aquí, en nuestro pueblo.
– El relevo generacional es un desafío enorme, especialmente en negocios rurales. ¿Qué sintió cuando Alberto le propuso continuar con el negocio y qué cree que es lo más valioso que le ha transmitido?
– Montesori: Sentí una alegría inmensa y un gran alivio. Él vino con una energía y un respeto que me convencieron al instante. Lo más valioso que le he transmitido no son las recetas, sino la filosofía del obrador: que el horno no es solo una herramienta, es casi un corazón. Y que el trato con el cliente debe ser siempre de tú a tú.
– Después de un cuarto de siglo, ¿cuál es el producto que para usted mejor representa el espíritu de Montesori?
– Montesori: Sin duda, nuestras virutas. Son sencillas, con esa textura perfecta, hechas con ingredientes naturales... Cuando la gente las prueba, me dice: ¡Saben a pueblo! Ese es el mayor cumplido que te pueden decir.

– También queremos preguntar a Alberto. Su cambio de vida es una historia inspiradora: dejó una carrera de administrativo para coger el rodillo en el obrador rural de Montesori. ¿Qué fue el ‘clic’ que le hizo dar este giro de 180 grados?
– Alberto: El ‘clic’ fue darme cuenta de que pasaba mis días ante una pantalla gestionando papeles, pero mi alma estaba en otro sitio. Aquí, con Montesori, encontré un trabajo con propósito. Tocar la masa, oler a dulce recién hecho, crear algo tangible que da felicidad... Eso no tiene precio. El estrés se ha cambiado por la satisfacción del oficio.
– La tentación, al llegar alguien joven, es modernizarlo todo. Sin embargo, usted ha decidido mantener la esencia. ¿Cómo se equilibra el deseo de innovar con el respeto por una tradición de 25 años?
– Alberto: Es un respeto profundo. La tradición es la base, nunca la toco. No quiero cambiar la esencia de Montesori. Quiero que los dulces de Montesori lleguen más lejos. La innovación viene en cómo gestiono la compra de ingredientes, en la sostenibilidad del proceso, quizás en añadir alguna línea de repostería de temporada, pero siempre con ingredientes de kilómetro cero. Montesori me enseñó que la mejor innovación es la que hace mejor el sabor de siempre.
– Repostería Montesori sigue firme en el medio rural. ¿Qué desafíos le presenta esta ubicación y qué oportunidades le brinda?
– Alberto: El desafío es logístico, claro. La distribución puede ser complicada a veces o el acceso a ciertos servicios, pero las oportunidades son gigantes. Aquí tengo acceso directo a los mejores ingredientes. Y lo más importante: la conexión con el cliente es real. No vendemos a un número, vendemos a Doña Carmen o a Don Luis. Somos una parte viva de la comunidad y eso no se consigue en la ciudad. El obrador ha pasado de Sabero a Cistierna, pero seguimos en el medio rural.
– Mirando hacia el futuro, ¿cuál es su sueño para Repostería Montesori? ¿Cómo ve el negocio en los próximos 25 años?
– Alberto: Mi sueño es que Montesori sea un referente de repostería rural de calidad. Quiero mantener la producción artesana, quizás ofrecer cursos para que la gente aprenda a valorar el buen oficio. Por supuesto, que este obrador siga siendo un motor económico pequeño pero estable para el pueblo. Que el dulce sabor de la tradición no se pierda nunca. A corto plazo, con estas novedades, sería ideal sustituir los polvorones industriales por los sequillos de Montesori.
– Para terminar, una pregunta para los dos. Sori, ¿qué le da más orgullo ver en Alberto? Y Alberto, ¿qué le ha enseñado Sori que no se aprende en ningún manual?
– Montesori: A mí me enorgullece ver la dedicación en sus ojos. La repostería requiere madrugar, y él madruga con una sonrisa. Eso es amor por el oficio. Sé que el legado está en buenas manos.
– Alberto: Sori me ha enseñado que la prisa es un enemigo vital. Que hay que esperar a que la masa hable, a que el horno esté en su punto exacto. Me ha enseñado la paciencia y el valor de ser importante, no por el tamaño de tu negocio, sino por lo que aportas a tu comunidad.