Tenues las estrellas
y asustadas
por provocados fuegos
de la Chana.
Tenues aparecen,
con la pañoleta gris del humo
que las tapa
y renuncian, asustadas,
al día de San Lorenzo
sin saberlo
y dejan de caer
y se congelan,
tenues y dormidas,
arropadas, protegidas
por y desde el humo,
denso y negro,
tristes porque ven
desde lo alto,
desorientadas vacas
cegadas por el humo
desde el humo
y la luna que las calma.
Y colmenas pobladas
bien repletas
de obreras abejas,
reinas y princesas,
atrapadas por las lenguas
de una lumbre advenediza
y abrasadas por sorpresa.
Y los pájaros cantores
que siembran su tristeza
con sus cantos congelados
de estupor.
Y la gente aturdida,
animada por el edil
de La Bañeza,
observando y amparando
en sus cabezas,
en forma de recuerdos mortecinos,
minúsculas morceñas
ya deshechas
que llegan temblorosas
de la sierra.
Y mientras, abandonadas,
las casas duermen
los silencios
de las siestas.
Y ardiendo siguen
pinos, encinas, robles,
meleras, retamas
al son del viento.
Y mientras civiles y bomberos
arriesgan vidas,
imprudentes incendiarios,
quién sabe si pagados,
en pro de sabidos intereses,
ríen el fuego
y aplauden con su ego
y con sus palmas.
Y, lejos del terreno
y de las llamas,
los políticos
descansan.