Pepín el de la tienda, hombre enciclopedia

Fallece a los 91 años el tendero, prodigiosa memoria viva de Los Argüellos e infatigable hombre de negocios

15/10/2023
 Actualizado a 15/10/2023
Pepín en la tienda. | L.N.C.
Pepín en la tienda. | L.N.C.

La primera luz que se encendía en Cármenes, los 365 días del año, era la de la tienda de Pepín, sin embargo, el día se le quedaba corto para todas las ideas que traía en la cabeza, todos los negocios que emprendía, todas las fincas que tenía que llevar al registro de La Vecilla, todos los paquetes que tenía que hacer para ir mandándoselos a los clientes de cualquier pueblo, por el primero que pasara; todas las conversaciones que mantenía al calor de la estufa o el sol de la esquina de la casa del cura, todas las ventas o permutas de fincas que tenía que hacer... Siempre tenía prisa, pero nunca le robaba el tiempo a una conversación vecinal, a preguntar por los abuelos de cualquiera que pasara por la tienda, por dos motivos, el primero, porque conocía a los antepasados de varias generaciones de todos los habitantes del ayuntamiento (y algún pueblo cercano más) y, finalmente, porque siempre remataba la charla con un "nosotros somos algo parientes. Tu bisabuelo Andrés y mi abuelo Victoriano eran primos carnales. Y de muy buena llevanza".  


Para Pepín lo de la familia era sagrado. Recuerdo tener que ir a llevar una vaca al toro a Pedrosa, a 5 kilómetros de casa (más 5 de vuelta, andando) pese a que Jesusón también tenía toro, a 100 metros de casa, con un único y contundente argumento: "Somos algo familia". No había más que hablar.


Era, la triste noticia es que falleció este sábdo a los 91 años, José Victoriano Díez Quiñones, para todos Pepe el de la tienda o Pepín el de Santiago. Un cerebro realmente privilegiado que llevaba grabado —nunca apuntaba nada— todas las fincas de todos los vecinos del pueblo, con quién lindaban, dónde emigraron los dueños, dónde viven los hijos; pero también sabía el número de las zapatillas y madreñas de todos los clientes, la talla de las camisas, el bizcocho que le gustaba para la fiesta... por eso, sólo hacía falta decirle al chofer del camión de la leche —que también era suyo pero fue incapaz de sacar el carnet de conducir porque se ponía nervioso— "dile a Pepín que me mande unas zapatillas". Ya era suficiente.


Esos nervios y ganas de abarcarlo todo propició un buen número de anécdotas, la más repetida es que estaba recogiendo algún encargo en la calle  y sonaba el teléfono. Y le hablaba: "Voy, voy... espera, que voy". O en el Registro de la Propiedad de La Vecilla seguro que Fan recuerda cuando se le presentaba con un documento de compraventa escrito por la parte de atrás de la hoja del calendario.


Pepe, José Díez, fue un excelente estudiante de la carrera que entonces se llamaba Comercio, pero lo que a él le atraía era precisamente el comercio y no dudó en quedarse en el pueblo con la histórica tienda de sus padres, Santiago y Eloína. Tenía de todo allí, en la foto verás algo, una pequeña parte: Comida, calderos, serrotes, hilos, conservas, medias, pinturas, madreñas, puntas... pero fue sumando, como excelente negociante que fue, materiales de construcción, piensos diversos de Día a la vuelta de vacío del camión de la leche... hasta lápidas para tumbas, hasta convertir todos los nichos del cementerio en panteones. Su especialidad eran las fincas —compra, venta, trueque— pero todo se le daba bien. Qué un campamento buscaba ubicación, él se la lograba... lógicamente deberían gastar después en su tienda, qué menos.


Para las matemáticas era un verdadero prodigio, en su casa jamás entraron las calculadoras, arrancaba un trozo de papel, iba poniendo cada precio con sus céntimos correspondientes y cuando iba llegando a la última cifra ya ponía el total... y no está documentado que se equivocara jamás.


Con la jubilación (aguantó hasta vender los stocks, muchos, muchísimos) llegaron algunos inviernos en León, pero siempre regresaba al pueblo, a las conversaciones, los recuerdos, las historias, los parientes... todavía este año acudió, ya débil y enfermo, pero se aferraba a su tierra como si le devolviera vida. El día que la ambulancia —sólo 48 horas antes de la borregada a la que tanta ilusión le hacía acudir— paró en la puerta de su casa supimos que probablemente era su último viaje. Lo era. Se fue.


Lo que nunca se irá es el recuerdo. Da igual de qué asunto sea la tertulia, aparecerá Pepín en ella. 

 

Archivado en
Lo más leído