En Villarrín del Páramo, un pueblo con menos de 50 habitantes, la vida sigue sonando fuerte. Este domingo, los vecinos se reunieron para celebrar unas campanadas anticipadas que, más allá de marcar la llegada del nuevo año, simbolizan la fuerza de un pueblo que se niega a desaparecer.
La idea nació de dos vecinos que residen en Madrid pero que mantienen un vínculo profundo con Villarrín, con ese espíritu sencillo y generoso que caracteriza a los pueblos. A las 12 de la mañana, las inmediaciones de la iglesia de Villarrín volvieron a llenarse de gente, risas y abrazos. Sonaron las campanas, se brindó por lo que viene y, por un momento, el silencio de la España rural se convirtió en celebración compartida.
Después, la reunión continuó en el bar del pueblo —cerrado la mayor parte del año salvo para eventos sociales y las fiestas de San Miguel— donde se celebró el sorteo de una gran cesta de Navidad, financiada completamente gracias a la venta de papeletas a 2 euros. Un gesto pequeño, sí, pero cargado de ese cariño comunitario que mantiene vivos a los pueblos.
“En Villarrín somos pocos, pero cuando hacemos algo juntos se nota. Estas campanadas son nuestra forma de decir que aquí seguimos, que no nos olviden”, comentaban algunos vecinos durante la celebración. “Los pueblos pequeños también tienen vida, también tienen Navidad y también tienen ganas de futuro.”
La intención es repetir este encuentro cada año y convertirlo en una tradición que sume, reúna y atraiga a más personas con el tiempo. Porque esta fiesta no es solo un acto festivo: es un recordatorio de que la España profunda sigue respirando gracias a la implicación de quienes la habitan, aunque a veces las instituciones miren hacia otro lado.
