La verdad de Raquel

"Más que en ninguna otra situación, en este juicio la suma de todas las mentiras se ha convertido en la verdad final"

David Rubio
18/12/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Como de los pactos de gobierno, de la delgadez de Letizia o del mismísimo frío, todo el mundo tiene una opinión sobre Raquel Gago. Los que la conocen no tienen dudas y mantienen una postura unánime: es absolutamente imposible que ella participara en un plan para asesinar a Isabel Carrasco. Los que no la conocen se dividen entre los que piensan que "algo haría", los que creen que debería ingresar cuanto antes en prisión porque no hay ningún angelito detrás de esa cara demacrada y los que consideran que es inocente. Nadie es indiferente respecto a la mujer que más misterios encierra de los muchos misterios que quedan pendientes en torno al juicio por el asesinato de la presidenta de la Diputación y del PP leonés.Es precisamente eso, misterios, lo que hay sobre el papel que jugó Raquel Gago en este caso, muchos misterios y ninguna prueba de cargo, pero los misterios han sido suficientes para que el TribunalSupremo la condene a 14 años de cárcel.

Se trata, por tanto, de una cuestión de la que todo el mundo opina a partir de su propia intuición. De su olfato. Y a lo que huele en casa de sus padres es a cocido y a impotencia. Es una casa normal, decorada con cuadros que ha pintado el padre, habitada por una familia normal en la que ahora todo el mundo tiene ojeras, porque la condena de Raquel no empezará cuando el Supremo haga efectiva su sentencia e ingrese por segunda vez en prisión, sino que se inició realmente 30 horas después de crimen: en el momento en que entregó a la Policía el arma con la que se había asesinado a Isabel Carrasco. En un país de enterados, con tanto cuñado, tanto listo por metro cuadrado, todo el mundo se permite el lujo de sentenciar lo que hubiera hecho si hubiera estado en su pellejo, como si alguno, alguna vez, se hubiera visto en una situación remotamente parecida. Ahora es evidente que la conclusión es que lo mejor hubiera sido deshacerse del arma, el arma que se ha dado por bueno que no era del marido de la asesina confesa... Lo mejor para ella, claro, no para la justicia.

Desde entonces, la vida de Raquel Gago ha ido cayendo en picado, un descenso continuado hacia sus propios infiernos, zarandeada por la justicia y juzgada por la opinión pública mucho antes que por la Audiencia Provincial, que culminará con su segundo y definitivo ingreso en prisión. Sin embargo, al tiempo que Raquel iba cayendo, el caso ha sido para otros muchos un trampolín.Ahí están los abogados que han visto la ocasión de relanzar sus carreras, empezando por el suyo, Fermín Houdini Guerrero, o de trepar para hacerse un nombre dentro de la profesión, como ocurre con la abogada de la acusación, que la ha llamado "Sor Raquel" con la más dañina de las sornas y ha puesto el más cruel retintín a la palabra "coincidencia". Ahí está el fiscal, cuyo trato a la acusada, rozando más de una vez la humillación, sólo se explicará él... o quizá algún día nos expliquemos todos si le llega un ascenso. Han pasado más fiscales por el caso, incluso alguno ha endurecido las penas que se pedían para ella, pero ningún otro ha llegado a traspasar los límites como ha hecho EmilioFernández, cuyo no tan velado enfrentamiento con el presidente del tribunal parece que le hubiera terminado pasando factura a la acusada. Ahí están, también, los periodistas que hicieron del juicio su propia rampa y que no se limitaron a contar lo que pasaba, sino lo que ellos decidían que iba a pasar.

Mientras la Audiencia Provincial de León y media España la juzgaban, Raquel Gago ha guardado silencio, a pesar de las barbaridades que se han publicado y a pesar de las evidentes mentiras que se dijeron, habrá que ver si impunemente, durante el juicio. Más que en ningún otro, en este caso la verdad final se ha convertido en la suma de todas las mentiras. El silencio de Raquel no era una estrategia, es su personalidad.Hasta hoy, la mayoría de las personas que con tanta contundencia opinaban sobre ella no la habían escuchado hablar más que en el juicio. En su entorno le dicen que se tiene que mostrar más vehemente, que hay quien piensa que es culpable precisamente por la suavidad de sus palabras, pero no le sale.Ella no es así. Dice que no tiene rencor, que ha pasado por todos los estados de ánimo pero que, a día de hoy, no odia a nadie. Ni siquiera a Montserrat y a Triana por haberle arruinado la vida."El odio no te deja vivir", sentencia, como si al final todo esto le hubiera servido para aprender algo bueno. Tiene apuntes del juicio, conoce al detalle los recursos, las declaraciones, el sumario, las preguntas que se hicieron al jurado... Y va a seguir profundizado en ello para demostrar su inocencia ("voy a tener tiempo", dice con la última sonrisa que le queda), para dar a conocer su verdad. "Yo no quiero convencer a nadie por mis palabras, yo quiero que lo vean».

Convertida a su pesar en un personaje público, con 30 años encima, uno por cada una de aquellas 30 horas, por la calle se le acercan a menudo personas para darle ánimos, para decirle que saben que ella no tenía nada que ver con un plan tan macabro. "¿Por qué no aceptaste alguno de los delitos y sólo cumplías tres años?", le preguntan los más osados. "Porque soy inocente", responde ella.
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