La romería de La Melonera se acogía al amparo del 8 de septiembre, Natividad de Nuestra Señora. En los últimos años de su celebración, es decir, en el primer tercio del pasado siglo XX, su carácter era profano, lo que equivale a decir que no había ni oficio litúrgico ni procesión. Se celebraba en la arboleda existente en ‘El Parque’, muy próxima a unas de las márgenes del río Bernesga, en la zona de La Corredera, denominada en otros tiempos de San Miguel, en recuerdo del monasterio que bajo la advocación del arcángel que pesa las almas fundó el presbítero Félix, según una escritura, en el año 1029, durante el reinado de Bermudo III, monarca considerado por los eruditos el último rey astur-leonés. Resalta el P. Risco que dicho fundador hizo donación, [España Sagrada, XXXV, pg. 40], «de muchas casas que tenía dentro de la ciudad, y del oro, plata y varias alhajas que poseía, en favor de su Monasterio». Poco después, el cenobio quedó adscrito a la parroquia de Nuestra Señora del Mercado.
La recuperación por parte de la Asociación Cultural García I de la romería de La Melonera, ha hecho posible que ésta se afiance como el prefacio de las fiestas de San Froilán. Remedo de aquélla que cada 8 de septiembre se llevaba a término, como he dicho, en aquella arboleda de ‘El Parque’, la estabilidad de esta estampa tan leonesa y costumbrista parece garantizada. Y es que a día de hoy, cuando apenas alcanza la cuarta edición, esta jornada ha calado con firmeza en el ánimo de los leoneses, si nos atenemos al número de éstos que en la señalada fecha se acerca hasta la popular plaza del Grano, escenario de los actos programados.
En su loable empeño por difundir las tradiciones leonesas de más altas resonancias, este año, la dirección de la citada Asociación organizadora ha decidido llevar a cabo la recreación de una Boda Maragata, que, como se sabe, es costumbre ancestral firmemente arraigada entre los habitantes de la Maragatería, comarca leonesa enclavada entre la ciudad de Astorga y el monte Teleno. Luis Alonso Luengo, en su laudable obra sobre este antiguo y famoso pueblo de arrieros, modelo de honradez, lealtad y laboriosidad sin cuento, [‘Los Maragatos, su origen, su estirpe, sus modos’, León, 1980, pg. 17], dice de este tenor: «queremos detenernos, con especial empeño, en la que es eje de todo su vivir, por referirse a valores biológicos y morales fundamentalmente humanos: ‘La Boda’. Y la expresión, al través de ella –como signo de continuidad de la especie– de las ceremonias que la subliman y del marco que la envuelve, que es, en medio de un paisaje y de una piedra propicios, la música hecha danza, el pausado andar hecho ceremonia, presentando, en ese germen de vida que son las nupcias, por la vía pura del ritmo, un ‘ballet’ parco de sobriedad y de palabra, transformado en rito».
Hoy, la Boda Maragata es una estampa de época. Un conjunto de imágenes originado por usos y costumbres que conforman una lección visible y elocuente de antropología y de etnografía. Por vía de muestra, recuérdese que durante el acto religioso se verifica el cambio del pañuelo blanco que lleva la novia en la cabeza por otro de cuadros, identificativo de su inminente condición de casada. Las características de uno y otro fueron resumidas así por Concha Casado Lobato [‘León y sus comarcas’, Ámbito Ediciones, 1991, pg. 56]: «La mujer maragata lleva a la cabeza pañuelo de seda a rayas y cuadros verdes y granates (la casada) y pañuelo de seda blanco (la soltera). Ambos van bordados con un ramo de flores». Asimismo, esta recreación permitirá también observar bien de cerca el esplendor que acumulan los trajes maragatos. Y, naturalmente, la riqueza de las famosas ‘collaradas’, cuyo número de vueltas es barrunto del poder económico de la familia. La citada Concha Casado Lobato, [op. cit. pg. 54], nos revela así las características de este aderezo: «La novia va enjoyada con collares de corales y grandes ‘collaradas’, formadas por piezas de filigrana de plata o de plata sobredorada, unas esféricas y otras alargadas, y entre estas piezas van colgando joyeles de variadas formas. Como pendientes, arracadas de filigrana de plata con palomitas colgando (suelen ser regalo del novio).»
Concha Espina, en el capítulo XXI de ‘La Esfinge Maragata’, dejó constancia del ritual concerniente a este casamiento. Y Enrique Gil y Carrasco, en su obra ‘Los Maragatos’, procura al lector lugar de privilegio para dar fe del desarrollo de este ceremonial, cuyo espíritu encierra la fidelidad a la palabra empeñada, lema y divisa de la conducta y proceder del pueblo maragato en todos sus actos.
Este rito, henchido de un simbolismo muy propio, rubricado por el inconfundible sello de la originalidad, se compone de distintas fases o etapas, tales como ‘el rastro de paja molida’, ‘los mandamientos del amor’, ‘el pago de las cintas’, ‘el cumplimiento de la palabra empeñada’, ‘la bendición de los padres’, ‘la ceremonia religiosa’, ‘el canto del ramo’, que actualmente deviene en ‘el desfile de los mazapanes’, ‘la ceremonia del trigo’, ‘la carrera del bollo’, ‘el banquete nupcial’ y ‘el corro del baile’, donde no puede faltar el brinco de ‘la zapateta’.
En términos de síntesis, el ciclo podría dividirse en ‘aproclamos’, ceremonia y tornaboda, donde se incardinan los sones tan típicos como inconfundibles de la flauta, el tamboril y las castañuelas. Como es natural, el protagonismo de los contrayentes es incuestionable. Sin embargo, no debe olvidarse el papel que juegan en la escena los padres de la novia, el padrino, ‘mozos y mozas de caldo’, –ellos, amigos íntimos del novio; ellas, asistentes de la novia–, el tamboritero, que es el maestro de la ceremonia… a lo que debe unirse, como telón de fondo, el disparo de cohetes y los cantos inherentes a la ceremonia.
Guapa es la moza cual naide.
Guapo el mozo cual denguno.
Tengan hijos a docenas
y a centenares los mulos.
De modo indicativo, subrayaremos ahora, por su singularidad, las tres secuencias que componen los ‘aproclamos’. Todo empieza con ‘el rastro de paja molida’, que enlaza la casa del novio y de la novia, apalabrados ya para los esponsales, un noviazgo, hasta entonces mantenido en secreto, que descubre todo el pueblo la mañana de un domingo a la hora de asistir a la eucaristía. Días más tarde vienen ‘los mandamientos del amor’, un decálogo que se canta a la puerta de la casa de la novia una noche de ronda; jornadas después, se verifica ‘el pago de las cintas’, un tributo que permitirá a las hijas del futuro matrimonio danzar en la ‘entrada del baile’, lugar de honor de toda danza maragata. En la práctica se trata de una cena con que el novio invita a los mozos del pueblo. Si éste es forastero satisface además ‘el pago del piso’. Tras el ágape, se ronda a la novia con cantares jocosos.
Con trazos muy gruesos, hemos esbozado la tradición, tan honda y tan sentida a través de siglos y generaciones, que representa ‘La Boda Maragata’. Su recreación se llevará a término el próximo sábado, 16 de septiembre, en la plaza de Santa María del Camino, tan frondosa de evocaciones como de relieves históricos, durante la celebración de la romería de La Melonera.
La melonera y la boda maragata
Tribuna de opinión de Máximo Cayón Diéguez, cronista oficial de la ciudad de León
10/09/2017
Actualizado a
19/09/2019

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