Quizá yo no sea la persona más idónea para escribir unas líneas sobre Nico, un tipo genial que ha hecho más historia en la Semana Santa que muchos ególatras que se sienten semidioses, aunque mucha gente no sea consciente de ello. Pero mi profesión y mi querido amigo el Sr. Rubio, director de este periódico, me han brindado la oportunidad y por supuesto, no quiero desaprovecharla.
Cuando hablo hoy aquí de la Semana Santa lo hago sin apellidos, da igual el lugar que cada uno tenga en la mente, porque todos los que formamos parte del mundo de la corneta y el tambor, en activo o en la reserva, siempre hemos defendido que la música es universal.
Nico falleció ayer por la mañana y aunque él se ha ido, nos deja el legado de una persona que descubrió que la corneta no es sólo un instrumento de complicada afinación.
Yo toqué con Nico poco tiempo, pero el suficiente para descubrir desde sus inicios, que estábamos ante un virtuoso, con una técnica impecable y con un talento especial para la creación y la armonía, algo que demostró con grandes composiciones.
La afición a la corneta y al tambor es muy complicada de explicar, aún mucho más de entender. Siempre han cargado contra nosotros, para muchos hemos sido la “chusma selecta” de la Semana Santa, porque hay gente que no sabe que hay tantas concepciones e interpretaciones como personas, pero todos compartiendo la misma esencia.
Sin la música no habría actos de Cuaresma, los pasos no caminarían con la misma elegancia, no existirían esas intensas emociones y por supuesto, no se soltaría ni una sola lágrima.
Nicolás supo trasladar eso que muchos llaman sentimiento, y que no es otra cosa que plasmar lo que le dicta el corazón en un pentagrama, para que los demás puedan disfrutar de lo que a uno le nace. Es abrirse a los demás y decirles cómo entiendes este mundo.
Nico consiguió lo más difícil y por lo que se juzga y mide sólo a los maestros, él fue capaz de transmitir, de llegar un poco más allá, a eso que te eriza la piel. ¡Casi nada!
Por eso cuando me llamó Rita para darme la triste noticia, me vino a la mente lo que dijo Martínez Ares cuando murió el genial Juan Carlos Aragón, el mítico Capitán Veneno: “Borrar la huella de Nicolás Turienzo será imposible, seguirla muy muy difícil.”