Por eso no tiene respuesta para la pregunta de cuántas horas ha dedicado a esta afición de realizar reproducciones de grandes monumentos... en hierro, la gran mayoría; salvo uno que hizo en azulejo (la Catedral de Astorga) y uno en Aluminio (San Marcos de León).
Mauri el fotógrafo, con muchas décadas acompañando a redactores a todo tipo de reportajes, con muchos artesanos en sus fotos, le confiesa: «Le digo la verdad, nunca he visto nada así».
Miguel esboza una sonrisa. La de quien ya ha escuchado muchas veces confesiones parecidas». Sale la sonrisa del socarrón que se intuye en alguna de las obras que decoran el exterior, la tapia del huerto familiar donde tiene la figura de «un indignado que lleva un maletín para calcular las pensiones... con una azada. Les ponía yo dos meses y trabajar con la azada y ya verás cómo les cuadraba el cálculo de las pensiones».
Pero entremos nuevamente. A aquel garaje o taller en cuyas paredes hay muchos aperos antiguos pero, sobre todo, viven varios monumentos de gran tamaño: La Catedral de León, San Isidoro, el Palacio Episcopal de Astorga Edificio Gaudí, el Ayuntamiento de Astorga, todos ellos en hierro; San Marcos de León, en aluminio; y la Catedral de Astorga, en azulejo labrado por Miguel «porque era el material que pedía».


- ¿No es de hierro?
- Sí. Pero la Catedral, como bien sabrás, es casi todo luz y vidrio, y esos no pesan, claro.
En ese momento enciende la iluminación interior y se entiende perfectamente lo que el artesano nos explica.
Miguel no es de Fojedo, allí se asentó al casarse con Araceli, cuya familia es de este pequeño pueblo paramés. «En invierno seremos unos sesenta, y encima viejos», dice. Nuestro artesano es leonés de la capital y comenzó a trabajar muy pronto, desde niño: «Con 12 años ya estaba trabajando. Estuve en una pescadería del Mercado de Colón, después en El Serranillo, en un taller de motos, en Maiso... hasta que ya me hice soldador titulado y me fui a trabajar por toda España, en grandes obras, estábamos muy solicitados porque había mucha obra».
Trabajó Miguel en la famosa central nuclear de Lemoniz, en centrales térmicas, refinerías... y todas estas grandes estructuras. Para él las varillas son casi un juguete y con ellas ha hecho todas las figuras que pueden verse sobre la tapia y la verja de entrada al huerto, lleno de flores. «Eso es cosa de Araceli, la mujer, a mí no se me puede dar todo bien y lo del huerto y las flores nunca se me dio», explica, aunque añade: «Lo que sí le hago son estructuras para que ponga los tiestos y siempre los coloca en otra parte».
A ambos lados de la verja de entrada ha colocado dos obras que algún significado tendrá la elección: «A un lado está la fragua de Vulcano, basada en la obra de Velázquez, y Don Quijote y Sancho.
- ¿Tú quién eres?
- Miguel...; y sonríe.
A Miguel no le importaría que sus obras pudieran ser vistas y admiradas por la gente, bien lo merecen, pero también tiene muy claro que «no las voy a mover para cualquier cosa, para que quien las lleve no las valore y no estén en un lugar digno, que como pesan mucho las dejen allí olvidadas. Claro que me gustaría que las viera la gente, supongo que un lugar muy apropiado sería en el Camino de Santiago, que recorre tanta gente y las reproducciones son monumentos del Camino.
Lo que es una pena es que no los pueda disfrutar la gente. Nos vamos. Sale Araceli a despedirnos.
- ¿Qué les ha parecido?
- Una pasada.
Sonríe. No es la primera vez que se lo dicen. Seguro.
