Día 7 de expedición: Los primeros trabajos en el barco

La catedrática de la Universidad de León, junto a otra profesora de la ULE, Zaida Ortega, cumple una semana en el Polo Sur integrada en la expedición que lleva a cabo una red internacional de mujeres

Hilde Pérez
14/11/2023
 Actualizado a 14/11/2023
La Antártida, en barco y con pingüinos, vista por una de las expedicionarias de 'Homeward Bound'. | ZAIDA ORTEGA DIAGO
La Antártida, en barco y con pingüinos, vista por una de las expedicionarias de 'Homeward Bound'. | ZAIDA ORTEGA DIAGO

"Tras el encuentro en la ciudad de Ushuaia junto con el resto de las compañeras que forman parte de la expedición, embarcamos en el Ushuaia, el barco que nos llevará a navegar por las aguas antárticas durante 21 días. El barco es pequeño, en él viajamos las 80 mujeres que formamos parte del proyecto, el equipo de cinco científicos argentinos con Cata al mando y la tripulación del barco. Ya en el barco y con los camarotes asignados, nos llevan a una gran sala donde Cata nos da instrucciones de seguridad. Entre otras muchas cosas nos explica cómo debes moverte por el barco, por dónde puedes estar y por dónde no. Nos explica que es necesario tener siempre libre una mano, sino las dos, para sujetarte en algún asidero. En el barco hay barras metálicas por todos los lados para hacerlo. Durante los dos días de navegación por el Pasaje de Drake no podremos llevar calzado abierto, ni ducharnos. Es peligroso, nos ha dicho. Si alguna de nosotras sufre un accidente, implicaría evacuación inmediata para todo el grupo. El barco tendría que dar la vuelta y regresar a Ushuaia. 

A pesar de que la previsión no es mala, navegar por este pasaje nunca es cómodo. Se trata de una zona bioceánica de difícil navegación. Durante nuestra primera cena, la doctora que viaja con el grupo nos va suministrando una por una la medicación para el mareo. Las australianas y americanas llevan parches de escopolamina pero en España no se consigue así que vamos con la Biodramina de toda la vida. Parece ser que no es suficiente y obedientes tomamos lo que nos ofrece. A medida que vamos avanzando y dejando millas atrás, se vuelve cada vez más incómodo moverse por el barco. Caminar en línea recta es imposible. El barco se balancea de lado a lado como si fuéramos parte de esa gran masa de agua, perdiendo la identidad. En los camarotes todos los objetos que no están bien sujetos ruedan pausadamente de un lado a otro. Visto lo visto, la mejor idea es meterse en la cama. Esta tiene a modo de protección unas barreras para que no te caigas. Crees que te puedes acostumbrar, tratas de seguir el ritmo, pero no es posible. Pasan las horas y sin apenas conciliar el sueño, vuelve a ser de día. 

Todos los días después del desayuno, nos reunimos en la gran sala para el informe diario sobre la previsión para el día. Se organiza la jornada con distintas actividades de formación o de trabajo en grupo. El equipo de científicos está participando de manera muy activa y con nosotras viajan también un equipo de 11 mujeres de distintas especialidades como coordinadoras del programa.  Tras esta reunión, me dirijo al puente para preguntarle al capitán por el tamaño de las olas, con la certeza de que su respuesta iba a confirmar lo infernal que me había parecido, pero me responde que ha sido moderado, que podría haber sido mucho peor. Las olas oscilaban de 2 a 5 metros, pero lo que realmente lo hizo poco confortable fue el fuerte viento de costado que hacía que el barco se balanceara sin cesar de un lado a otro. 

Celebramos con júbilo el anuncio por megafonía del paso por los 60º de Latitud Sur, que ya se considera zona antártica, en cuyo límite se encuentra la Convergencia Antártica. Este término incluye no solo las tierras emergidas, sino también las regiones marítimas. Aproximadamente aquí está la zona circumpolar austral de los océanos Índico, Pacífico y Atlántico en la que se produce el encuentro entre las aguas polares antárticas, de menor temperatura y mayor densidad, y las aguas subantárticas de estos océanos, menos densas y más templadas. Esta zona señala un límite abrupto en la composición de la biota marina, como el plancton y algunos peces, a un lado y a otro de la Convergencia.

Después de 48 horas, llegamos a las Islas Shetland del Sur. Esto es otra cosa, tan calmado. La cercanía de la costa y la buena mar permiten disfrutar por primera vez desde la cubierta de la maravillosa imagen que tenemos delante. Blanca, majestuosa, silenciosa, así se muestra la Antártida ante nosotras. Hablamos con ella, le decimos quienes somos y por qué hemos venido hasta aquí.

Atravesamos el estrecho de Nelson, y desde el sur nos dirigimos al estrecho de Farlene, que separa las islas de Livingstone y Greenwich. Con el tiempo a nuestro favor, nos dicen que podemos hacer el primer desembarco en la Bahía de la Media Luna, en la isla de Livingstone. El equipo de Cata hace la primera inspección y nos marca por dónde podemos caminar. Nos han explicado cómo actuar. Es necesario extremar las precauciones para conservar este complejo y extremadamente frágil ecosistema. Tenemos que limpiar, cepillar y desinfectar las botas de goma que calzamos para ir a tierra y al regresar repetimos la operación. Se teme que la gripe aviar haya llegado ya a esta zona austral por lo que debemos mantener una distancia de seguridad mayor de 5 metros en caso de avistamiento de pingüinos o focas. Nos aconsejan máxima precaución al manejar las cámaras o prismáticos que llevamos y que no se caiga nada de manera accidental de los bolsillos de nuestras chaquetas.

A medida que nos vamos acercando a la costa se ven los restos de botes cubiertos de nieve, probablemente de cazadores de focas. Un triste recuerdo del paso del hombre por estas latitudes. Una vez en tierra, tenemos la oportunidad de recorrer y contemplar este magnífico paisaje durante dos horas, completamente cubierto de hielo y nieve. En las cotas más altas, donde el hielo va desapareciendo, los pingüinos preparan sus nidos, portando pequeñas piedras en sus picos. Nos acompaña Mary-Anne Lea, una científica australiana experta en focas. Con ella tenemos la oportunidad de contemplar una foca Weddell y su cría. Nos explica lo especial de esta escena y raro al mismo tiempo porque estas focas suelen parir sobre hielo y no sobre nieve. A este paisaje se suman los cormoranes antárticos que bien parecen pingüinos voladores y las llamadas palomas antárticas, un ave blanco y peludo, simpático en andares, que puede hacer aflorar tu lado más tierno hasta que descubres lo que comen: de todo y cuando digo de todo podemos incluir los excrementos. Parece ser que les gustan más bien tiernos y son capaces de picotear la cloaca de sus víctimas, con el objeto de provocarlas y tomarlas recién salidas del horno.

La Antártida tiene una triste historia de caza indiscriminada de focas y ballenas. Hoy en día la Antártida es un ejemplo de buena gobernanza. Se puso fin a una época de grandes tensiones entre potencias mundiales sobre el continente blanco con la firma del Tratado Antártico en 1959. El principal objetivo fueron la salvaguarda de la paz y la libertad para el desarrollo de la investigación científica. Una vez que el Tratado Antártico entró en vigor en 1961 se adoptaron medidas para «la preservación y conservación de recursos vivos en la Antártida» o en posteriores convenciones enfocadas a cuestiones como la protección de la flora y la fauna, la designación de áreas protegidas, y el manejo de residuos y combustibles. Este continente nos muestra que un nuevo modelo de liderazgo es posible. Un liderazgo empático, compasivo, respetuoso con el medio ambiente. Hagámoslo realidad".

La expedición Homeward Bound es un programa mundial de liderazo femenino realizado en la Antártida para que puedan aportar conocimiento a los grandes desafíos del planeta concretados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el que participa la Universidad de León.

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