Hay pueblos que un día deciden no esperar más: ni a que llegue alguien de fuera, ni a que les aprueben un proyecto, ni a que la vida vuelva a pasar por sus calles. Pueblos que, simplemente, se cogen un cubo de pintura y empiezan a contarse a sí mismos.
Eso es lo que ha hecho Celadilla del Páramo.
Lo que antes era un parque infantil discreto, casi tímido, ha amanecido convertido en un museo al aire libre, un homenaje colorista a la historia del cómic y a la imaginación de varias generaciones. Allí están Zipi y Zape, Mafalda, el Capitán Trueno, la Familia Telerín… personajes que han viajado desde la infancia de los vecinos hasta las paredes del parque, como si hubieran encontrado por fin un lugar donde quedarse.
El impulso inicial tuvo nombre propio: Toño.
Llegado desde Canarias —que es como aterrizar en otro planeta cuando se llega al Páramo— miró aquellas paredes deslucidas y vio algo que los demás todavía no veían. Donde había adobe y silencio, él vio historias en pausa. Y bastó que las contara en voz alta para que el pueblo empezase a escucharse a sí mismo.
Porque Celadilla lleva mucha vida dentro, aunque a veces se olvide.

Lo verdaderamente mágico fue lo que vino después: mayores, jóvenes y niños pintando juntos, compartiendo cromos de memoria, discutiendo colores y dibujando a pulso escenas que habían sobrevivido a décadas de tele, tardes de patio y veranos infinitos.
Un pueblo entero con una brocha en la mano es imparable.
Celadilla no restauró un parque: se autorretrató.
Hoy, el nuevo parque es un lugar para quedarse, no para pasar de largo. Un sitio que invita a la risa, al juego, a la foto y al recuerdo. Hasta el gesto más humilde —ir al caño a por agua— tiene ahora algo de excursión, como si cada vecino volviera con un sorbo de color pegado a la sonrisa.
Y eso también es patrimonio.
El que no sale en los mapas, ni en los inventarios oficiales, ni en las estadísticas que cuentan habitantes como si fueran cifras y no historias.
El próximo domingo 14 de diciembre, a las 16:30 horas, Celadilla inaugurará su parque renovado. No será sólo una inauguración: será una celebración. La de un pueblo que se reconoce, que se permite belleza, que decide que sus paredes merecen contar algo más que el paso del tiempo.
Ojalá muchos otros pueblos lo vean y piensen:
“Si Celadilla puede, nosotros también.”
Porque la belleza hidrata.
Y cuando un pueblo se pinta a sí mismo,
todo lo demás empieza a tener otro color.
Celadilla del Páramo presume de parque 'animado'. | L.N.C.
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