
Celia y él ya habían traído al mundo a David y Beatriz cuando Carlos se quedó sin trabajo. Tras trece años trabajando en los almacenes que revolucionaron la capital leonesa desde la avenida Padre Isla –primero Morais, luego se llamaron Olwo–, a él y al otro centenar de trabajadores los dejaron en la calle. Al paro. Trece años vendiendo ropa de confección en aquel comercio en el que media provincia alucinaba con las primeras escaleras mecánicas de la historia leonesa, y a la calle con 34 años.Por eso, a Carlos San José de la Granja (León, 1954), tras dos años desempleado, se le iluminó la cara cuando allá por 1989 volvieron a hacerle una oferta laboral. «Me lo ofrecieron y dije: ¡pero ya! ¿De barrendero? Pues de barrendero, allá vamos».Llevaba dos años sin trabajo y con dos niños. Me ofrecieron ser barrendero y dije: pero ya Y ahí empezó su otra gran aventura laboral, siempre pegado a sus nuevas herramientas: un carrito, un cepillo enorme de barrer, un escobijo (más pequeño) y una pala. Con ellas, Carlos tenía que dejar el Campus de Vegazana en perfecto estado de revista. Sin instrucciones estrictas previas, a su ritmo, sin que le especificaran cómo debía hacerlo. Él mismo se trazó un plan que día a día –durante casi tres décadas– ha llevado a cabo a rajatabla. Primero la parte alta de Vegazana, luego la central, sin olvidarse de dedicarse cada día algunas zonas más específicas.Así, todos los días de su vida desde 1990 hasta hace apenas unos días. De lunes a viernes (y los sábados alternos), de 7 a 13:30 horas en invierno, de 6 a 12:30 en verano. Con media hora libre a las 10 para tomar el bocata con otros compañeros del campus. «Y con todas las tardes libres para mí», cuenta Carlos sonriendo. Muchas tardes las ha dedicado a su gran pasión, la informática. "Me adapté rápido"La Universidad es como una madre para mí: aquí conozco a todo el mundo y lo voy a añorar mucho Sus principios como barrendero no fueron duros, «sólo raros». Carlos reconoce que al principio, cuando le asignaron el Campus de Vegazana como centro de trabajo, todo era nuevo para él. «Me sentí agobiadísimo», reconoce. Todo era nuevo: la profesión, la zona, cómo realizar la tarea, por dónde empezar y qué hacer para hacerlo bien. Cuando llegó a la Universidad, a Carlos le dieron libertad. Él no sabía ni cómo coger el cepillo. Ni por dónde empezar. «Pero nunca me dio tiempo a aburrirme, iba por zonas y por días, y creo que lo he sabido llevar bien... Me han felicitado muchas veces por cómo está el campus, ¡incluso algún rector!, y yo me siento muy orgulloso», cuenta él muy emocionado.«Entonces sólo estaban construidas las facultades de Filosofía y Letras, Derecho, Biológicas y Veterinaria», recuerda, «el resto eran sólo solares, eriales resecos, hoy día todo ha cambiado mucho y supone un orgullo para el colectivo universitario y para la ciudad de León».Carlos empezó trabajando para «Semat, luego Onis, después Urbaser...». Hasta que hace cuatro años, en enero de 2013, el Ayuntamiento de León ‘remunicipalizó’ el servicio de Limpieza Viaria y Recogida de Residuos. «Mi trabajo siempre ha sido el mismo, gestionara quien gestionara el servicio», dice, «me adapté rápido y me lo he pasado muy bien siendo el barrendero del campus». «Y ahora dicen que somos técnicos en limpieza, pero lo que somos es barrenderos, yo soy barrendero, ¿no?».Carlos cuenta entre risas (siempre se ríe) que cuando empezó «en esto de ser barrendero» a mucha gente se le hizo raro, «se quedaban como cortados cuando decías tu profesión». «Lo veían como una labor de borrachines o algo así, no sé...», se explica, «eran otros tiempos, daba corte que te vieran por la calle, pero luego ya no, la verdad, yo ahora voy por Ordoño con mi carro y no me da ningún corte ni que me vean ni que nadie sepa que soy barrendero»."¿Pero... has vuelto, Carlos?"Entre los peores recuerdos, el atropello a una chica hace unos años... Al final no pasó nada grave, pero qué susto

Y mientras charlamos con Carlos San José en el campus de sus historias en estas casi tres décadas como barrendero de la Universidad de León, mientras Peña le hace todo un ‘book’ de fotografías,
él no deja de saludar a gente con la que nos cruzamos. Estudiantes, profesores, otros trabajadores. Muchos le conocen por el nombre.
Y en estas, aparece Rubén, un limpiacristales del campus con el que Carlos solía tomar el bocata de media mañana. Lo ve de lejos y viene corriendo. «¿Pero... y tú?», le dice el chaval, «¿has vuelto a currar, Carlos?», bromea.
«Siempre me he sentido muy querido aquí, me he llevado bien con todo el mundo y los voy a echar mucho de menos, qué nostalgia», reconoce Carlos, que todavía sigue despertándose a las 6 de la mañana, «aunque remoloneo un buen rato en la cama, hasta las 8 o así».
En realidad, reconoce que
aún no le ha dado tiempo a asimilar que ya no trabaja. «Un día hace no mucho me ofrecieron la prejubilación parcial y no me lo pensé. Dije: pues claro que sí, que llevo toda la vida currando».
Cuando llegan los chavales están un poco salvajes, y luego se van formando y cambiando mis ‘yogurines’ Con 62 años Carlos San José todavía no sabe cómo llenar sus mañanas, aparte de pasar más ratos al ordenador, «mi gran afición». De momento, dice que su mujer ya le tira alguna indirecta para que no enrede tanto por casa. «Yo ya le he dicho a Celia que no se preocupe, que no me voy a meter en su vida, que ya me dedicaré a lo que sea», se defiende él entre carcajadas.
Y cuando le pedimos que resuma su vida en el campus, no para de dar las gracias a todo el mundo.
«Ha sido una etapa maravillosa, con un buen trabajo en el que he conocido a gente estupenda, y a todos les agradezco lo bien que me han hecho sentir aquí».
De momento, cuenta que le quedan papeles por colocar, y que
los fines de semana siguen yendo a San Bartolomé de Rueda, el pueblo de su parienta (y ya el de Carlos también).
Y tras tantos años paseando por Vegazana,
a este hombre le queda una pequeña pena: no haber pasado un tiempo allí como estudiante. Abandonó los estudios muy pronto, tras la Reválida,
«y cómo me hubiera gustado estudiar una carrera». 