León es testigo de una historia entrañable que habla de amor, tradición y la pasión por la naturaleza. Nina y Tomás, un matrimonio leonés que lleva casi siete décadas juntos, han convertido el camping en un estilo de vida durante más de 55 años.
Desde aquel primer viaje en caravana, hace ya más de medio siglo, su pasión por acampar no ha hecho más que crecer. Nina, que celebró su 89 cumpleaños el pasado 2 de mayo, y Tomás, que alcanzará los 91 en octubre, siguen compartiendo con entusiasmo sus días de verano en su querida rulot, rodeados de naturaleza y de su familia. La suya no es una historia de viajes, sino de comunidad, de arraigo y de pequeños momentos vividos en libertad.
Durante casi 50 años, Nina y Tomás fueron fieles a un mismo camping, un lugar que sentían como una segunda casa. Allí construyeron amistades duraderas, vieron crecer a sus hijos y compartieron innumerables momentos que hoy forman parte de su historia familiar. Sin embargo, en septiembre de hace dos años, recibieron una noticia que marcó un antes y un después: debían abandonar ese lugar que tanto amaban.
“Nos dicen que nos echan porque no quieren fijos, después de 50 años”, recuerda Nina con una mezcla de emoción y tristeza. “Tomás estaba enfermo y mover la caravana fue complicado”.
Fue un golpe duro, especialmente por el delicado estado de salud de Tomás, y por el peso emocional de cerrar un capítulo tan largo e importante. Sin embargo, no todo fue negativo. En el nuevo camping al que se trasladaron, encontraron apoyo, calidez y manos amigas que les ayudaron con la mudanza y la instalación.
“Me dormí como en mi vida, en aquel nuevo lugar. Es la gloria”, dice Nina, con una sonrisa que refleja alivio y gratitud.
Así, a pesar de la pérdida, lograron reencontrarse con ese calor humano que tanto valoran y que sigue dándole sentido a su vida en el camping.
Para Nina y Tomás, el camping es mucho más que un simple destino: es una familia extendida, una comunidad donde todos se conocen y donde los niños siempre los visitan con cariño y risas. Nina cuenta cómo, entre juegos y carreras, los pequeños siempre pasan por su casa, atraídos por el afecto… y por el chocolate.
Allí, los niños corren de un lado a otro, pero no falta quien se detenga a golpear la puerta de Nina, sabiendo que los espera con una sonrisa y algún dulce escondido. Esa rutina cotidiana, cargada de ternura, ha hecho del camping un verdadero hogar para ellos.
“Somos como una familia ya —cuenta Nina con una sonrisa que ilumina el recuerdo—. Nos conoce todo el mundo. Y yo… todos los niños pasan por mi casa: ‘¡Ay, trajiste chocolate! Chocolate… Nos encantan los niños, nos encanta vivir así.”
Ese ambiente cálido y lleno de risas infantiles ha hecho del camping su verdadero hogar, donde cada día se vive con alegría compartida.
La experiencia de acampar ha cambiado mucho con el paso de los años. Comenzaron con una tienda de campaña, que llamaban “la Canadiense”, luego pasaron a una más grande con dos habitaciones, luego a un carro, y ahora disfrutan de una rulot enorme que puede alojar hasta seis personas. Para ellos, la vida en el camping siempre ha sido un motivo de alegría y un espacio para compartir con la gente que allí conocen.
Tomás recuerda con nostalgia aquellos años en los que, tras largas jornadas al volante como camionero, recorría casi 300 kilómetros hasta Ribadeo para reencontrarse con los suyos durante el fin de semana. Mientras tanto, Nina se encargaba de cuidar a los niños, aprovechando cada instante para hacer del camping un hogar con olor a mar y risas de infancia.
“Es una vida familiar muy bonita, con toda la gente que está allí. A mí me encanta hablar con todos”, cuenta Nina con afecto.
Tomás añade: “Yo andaba en rutas con el camión. Llegaba el viernes, me cambiaba y bajaba a Ribadeo, en Galicia. El domingo por la noche volvía a León para trabajar el lunes”.
Uno de los lugares que no perdonan cada año es El Carbayín, en Serantes (Asturias), donde se sienten parte de una gran familia. Allí nunca han sido vistos como “mayores” fuera de lugar. Al contrario: aseguran que con la popularidad de las autocaravanas, son cada vez más los jubilados que descubren los beneficios de esta forma de viajar y de relacionarse, en campings donde conviven generaciones enteras.
Para ellos, cada día tiene su propio ritmo: se levantan, se asean, dan un paseo, bajan a la playa si el tiempo lo permite, disfrutan del aperitivo y de una comida en familia. Tomás se encarga de las compras; Nina, de los fogones. Sus nietos adoran compartir con ellos esos veranos en la caravana, un refugio que se ha convertido en símbolo de unión familiar y de continuidad.
La pérdida de uno de sus hijos dejó una herida profunda en sus vidas, pero también reafirmó su deseo de mantener vivas las tradiciones que construyeron juntos como familia. En un momento de duda, poco después de la pandemia, cuando fueron desalojados del camping en el que habían pasado casi toda una vida, Nina llegó a considerar la idea de vender la caravana.
Fue entonces cuando uno de sus hijos la detuvo con unas palabras cargadas de significado: “Esa caravana es para nosotros”.
Desde entonces, ese pequeño hogar sobre ruedas sigue siendo mucho más que un refugio: es el hilo que entrelaza recuerdos, generaciones y un amor que permanece intacto a pesar del tiempo y la ausencia.
Hoy, su historia es ejemplo de cómo el camping puede ser una forma plena de vivir, a cualquier edad. Nina y Tomás han demostrado que la felicidad se encuentra en las cosas sencillas: en la cercanía con la naturaleza, en las amistades que se cultivan temporada tras temporada, y en la familia que crece alrededor de una mesa plegable, bajo el toldo de una caravana que guarda miles de anécdotas.
Más que una historia de viajes, la de Nina y Tomás es una historia de vida. Una vida sobre ruedas, sí, pero también anclada en el amor, la complicidad y la calidez de un hogar que se puede montar y desmontar, pero nunca olvidar.