Adiós a Roberto Merino, un hombre digno

Abogado, político, cinéfilo y hombre de diálogo, su vida fue una causa noble tras otra. León pierde a un referente discreto, culto y comprometido

24/07/2025
 Actualizado a 24/07/2025
Roberto Merino, concejal del Partido Comunista en la primera corporación de la democracia en el Ayuntamiento de León
Roberto Merino, concejal del Partido Comunista en la primera corporación de la democracia en el Ayuntamiento de León

Ha fallecido, a los 82 años, Roberto Merino. Es complicado saber quién pierde más: la abogacía, la cultura, el cine, la política, el compromiso, la capacidad de diálogo o la discreción. Porque Roberto Merino siempre estaba, pero no era el que aparecía en la foto sacando pecho, era el del fondo, pero imprescindible. Una cosa hay segura, quien pierde mucho es la dignidad, cuya definición en León podría llamarse Roberto Merino. Un tipo digno. Siempre estaba en las causas nobles.

Porque Roberto Merino, de profesión abogado, de ocupación la toga y todo lo demás, era tan serio como parecía al pasear y tan divertido como resultaba al conversar; tan culto como se le supone al hermano de un escritor y académico y una reconocida poeta (José María y Marga); tan comprometido como aquellos primeros comunistas que dieron la cara con la seguridad de que se la iban a partir en la dictadura y pusieron la cordura y la sensatez firme en los primeros pasos de la Democracia; era el conversador que saltaba de comer todos los días en la Ruta Jacobea con Concha Casado y sus cosas a no faltar a la tertulia de cine con el malogrado Benigno Castro y el crítico Joaquín Revuelta, a veces con Zapatero de oyente; era el escritor de pluma ágil que sin decirlo te sorprendía con un escrito en la prensa o un relato corto lleno de frescura sobre la musa y el ambigú del desaparecido Cine Avenida. El cine, siempre el cine, seguramente su pasión primera si pensamos que la abogacía era oficio, profesión, aquella que ponía a disposición de hacer los papeleos y trámites burocráticos de todas las causas, de un obrero encarcelado a una revista o periódico de soñadores de libertad.

Hay un ejemplo de esa discreción de quien siempre está aunque no lo parezca. Uno de los coletazos de aquel negro 23-F fueron las famosas listas de “los que iban a fusilar” si triunfaba el golpe de Estado en cada provincia. Se fueron conociendo con el tiempo, protagonizaron reportajes y, lógicamente, trascendían aquellos que las encabezaban. En León era el catedrático Miguel Cordero del Campillo, uno de los leoneses más conocidos y valorados, mucho se habló de su presencia como primero de la lista. Pero, ¿quién figuraba detrás? Pues Roberto Merino Sánchez, junto a otros colegas de ‘el Partido’ (así llamaban popularmente al PCE) como Juan Manuel Azcárate o el irreductible lacianiego Benjamín Rubio; y algunos destacados dirigentes del PSOE: el berciano José Álvarez de Paz o el añorado Baldomero Lozano, la esperanza perdida del socialismo leonés.
Y Roberto Merino estaba allí.

Como estaba en la primera lista de candidatos al Congreso de los Diputados, en un puesto discreto, por supuesto, junto a Juan-Manuel Azcárate, un referente nacional por la saga a la que pertenecía, y el campesino Rubén González Llamazares, o el sindicalista Benjamín Rubio, con él de número 3, y Pilar Sevillano y Manuel González Velasco completando la lista. No fueron buenos los resultados, pero también estaba Roberto Merino en aquella primera lista al Ayuntamiento de León en la que fueron la gran sorpresa, positiva, al lograr cuatro concejales y fue Merino uno de ellos en aquella legislatura en la que Pérez de Lera fue alcalde efímero al repetirse las votaciones de unas mesas, acudir a un nada democrático método en ellas y así perdió el PCE un concejal (se quedó en tres) y el PSOE la alcaldía, que fue a manos de Juan Morano. “Siempre perdemos los mismos”, fue la frase de Roberto Merino, que lo explica todo en cuatro palabras.

Para conocerle mejor es bueno acudir al anecdotario, o algo más que anécdota. Por ejemplo, el recuerdo de cómo se fue formando el PCE en León. Así lo describe el historiador David Martínez Pérez, en su libro ‘La Transición democrática leonesa’: “La salida a la luz del PCE en la provincia de León se produjo de una manera progresiva, no en vano, aunque el 27 de enero de 1977 todavía quedaban varios meses para la legalización, ya se reseñó en los medios de comunicación el accidente que padecieron tres destacados dirigentes: Víctor-Manuel Bayón García, José María Guerra García y Roberto Merino Sánchez. Por supuesto no se menciona su ideología política, ni la causa de su desplazamiento a Villablino. Es destacable asimismo que Victor-Manuel Bayón García había sido el personaje más buscado durante el franquismo”.

Estaban reconstruyendo el PCE y Roberto Merino estaba allí.
Fue miembro de su Comité Ejecutivo Provincial y después de aquellas primeras elecciones generales el propio Azcárate admitió que había sido “un error que Roberto Merino no fuera de número 1”. Argumentaba él que era mucho más conocido y, sobre todo, había podido conocer de cerca al inmenso trabajador, al eficaz organizador, al infatigable luchador. Tenía Merino entonces 33 años y la energía suficiente para participar en más de cuarenta mítines, llevar el papeleo burocrático y encargarse de las relaciones con el resto de los partidos. El debate, el diálogo era lo suyo.

Y las ideas claras. Ahí sí congenió con Azcárate, de raíz leonesa, nacido en Madrid, que había vivido en Inglaterra y Francia, pero la realidad de León le quedaba un poco lejos. Los dos juntos plantearon la necesidad de un partido claramente democrático, saliéndose de las tesis seguidistas de la política internacional comunista. Y es que Roberto Merino había crecido en un ambiente de oposición a la dictadura desde la Democracia. Su padre había militado en el PSOE en la clandestinidad y él se afilió al PCE cuando fue a estudiar Derecho en la Universidad de Oviedo. “Entonces era realmente el único partido de oposición a Franco”, le explicaba al citado David Martínez.

Después se fue alejando de la primera línea de la política, nunca de la del compromiso. Nunca estuvo cerrada la puerta de su despacho a un obrero, a un problema, a una lucha por la dignidad o por el futuro de esta tierra. Nunca dejó de buscar un hueco para ir al cine.
Se ha ido. En silencio, no ha querido levantar la voz. Tal vez ese sea el problema, si le hubiéramos escuchado

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