¿A los adolescentes coreanos les interesa Borges?

José Ignacio García comenta el libro de Daniel Monedero 'Volar a casa'

José Ignacio García
16/01/2021
 Actualizado a 16/01/2021
El escritor Daniel Monedero. | ÓSCAR MONEDERO
El escritor Daniel Monedero. | ÓSCAR MONEDERO
 ‘Volar a casa’
Daniel Monedero
Editorial Páginas de Espuma
Narrativa
168 páginas
17 euros 


Lo siento. Hoy estoy de un humor pésimo. En la calle, Filomena ha hecho de las suyas. El termómetro marca menos catorce grados a esta hora temprana de la mañana y, para que Murphy desempolve su ley, la calefacción se ha estropeado y mis dedos helados resbalan sobre el teclado del ordenador cada vez que lo aporreo con furia, como el aprendiz de pianista enfurruñado y de posibles, que solo asiste a clases particulares porque sus padres le obligan, debido a que aprender a tocar el piano es una señal de distinción entre los de su rango.

Además vuelvo a sentirme como si fuera el más vil de los torturadores librescos, he doblado esquinas por doquier, emborronado los márgenes de anotaciones, subrayado párrafo tras párrafo del libro que me ocupa, hasta que me he dado cuenta de que cada cuento se estaba convirtiendo en una línea continua y he comprendido que difícilmente voy a descargar en una página de periódico todas las emociones y los sentimientos que la lectura de ‘Volar a casa’ me ha inspirado.

De hecho, me basta con apelar al título del libro para que se me descongelen las meninges y el frío empiece a pasar inadvertido (por más que en mi guarida haga casi tan malo como en la Antártida), gracias al modo que tiene Daniel Monedero de emplear las palabras y de entender la literatura. Como él mismo dice en uno de sus cuentos, «la verdadera literatura es la carne que hay en las palabras. Toda esa pulpa de sustantivos y adjetivos intraducible a otro lenguaje artístico».

Con la garantía que otorga publicar con Páginas de Espuma, sentía un cosquilleo de expectación y tenía la certeza, aun antes de superar las páginas de cortesía, de que me iba a dar de bruces con uno de esos libros que dejan cicatrices de felicidad en la memoria. Y no me he sentido defraudado en absoluto. Desde el primer párrafo del cuento inaugural, ‘Ornitología ilustrada’, el libro supone una hemorragia de precisión narrativa, un cántico a la belleza que insufla poesía a raudales en los carriles de la prosa, un despliegue de imaginación al alcance de muy pocos escogidos con el don de la sutileza, un alarde de capacidad creativa, una manifestación incuestionable del manejo de los argumentos y los tiempos, como no puede ser menos en uno de los guionistas de cine y televisión más respetados en el mundillo de la farándula audiovisual.

En ese cuento, narrado en tercera persona, la protagonista se va tatuando pájaros en la piel para recordar a cada pareja que ha tenido, de tal suerte que «cuando Chester se acostaba con ella miraba todos aquellos pájaros y sentía que se estaba acostando con una multitud». Por desgracia, el tal Chester acabó siendo un estornino en el hombro izquierdo de la coleccionista de romances. Con un comienzo así, mucho me temo que en unos pocos meses Daniel Monedero necesitará una piel de elefante para tatuarse –convertidos en insectos diminutos– a todos los lectores que esta recopilación de cuentos va a arracimar.

Monedero deja el relato más extenso –cincuenta páginas que se consumen en un suspiro de placer– para que ocupe la parte central del libro, y lo titula osadamente ‘Un cuento perfecto’, aun a sabiendas de que «ir en busca del cuento perfecto es lo mismo que fracasar estrepitosamente». Pero en este caso, aunque no escribe el cuento perfecto, porque el arte es imperfecto por naturaleza, no solo no defrauda a nadie, sino que construye una pieza antológica. Hope, la protagonista, viaja a Nueva York con la intención de escribir en aquella ciudad ese cuento ideal. Allí descubre que «se ha escrito tanto sobre Nueva York que parece que huele un poco a tinta también», y que, en vez de lloverle la inspiración, sobre su balcón llueven zapatos; pero como además el libro está lleno de divertimentos y de sentido del humor, la aspirante a cuentista elabora juicios del tipo «vengo buscando un cuento y encuentro un zapato. Por algún sitio hay que comenzar».

En el cuarto relato, llueven Kafkas del cielo –la lluvia, como la vida o la muerte o los pájaros o los zapatos o los escritores que han marcado al autor, es un elemento recurrente en varios de los cuentos–, aunque Daniel se hace esta pregunta: «¿se puede decir si un hombre que cae del cielo está lloviendo o está nevando?», como se hace otras muy originales a lo largo de un itinerario narrativo que no cesa de buscar más allá de lo evidente.

Y así llega el quinto y último cuento, que hace honor a su título, ‘Alta literatura coreana’, con otra muestra de extraordinaria literatura española. En este caso, Monedero vuelve a cambiar de estilo, de tono y de registro –que para eso le sobran en su mochila de maestro (porque este libro también es una guía de lecturas y conceptos para otros escritores)– y hace que el anciano protagonista se dirija de manera directa e intimista a su esposa fallecida, insertando, como en los cuatro relatos anteriores, los diálogos en la narración, para contarle otra historia preciosa, la de la relación que entabla con un muchacho que cubre sus manos con guantes. Pero ese es solo el comienzo del fin, de un fin que llega en un santiamén y que el lector desearía prolongar durante horas.

En este cuento definitivo hay frases memorables, como esa que dice «ojalá mi muerte bese a tu muerte para toda la eternidad»; pero el libro está lleno de ellas, porque las palabras de Daniel Monedero no tienen gusanos, sus imágenes no tienen texturas de petróleo y brea; y así al lector se le hace la boca agua cuando paladea expresiones deliciosas como «hay lugares donde solo se puede llegar con una brújula estropeada. Esos son los mejores» o «el mundo es una cosa o la contraria según uno ponga sustantivos o verbos en un lugar o en otro».

Daniel Monedero ha puesto las palabras, los sustantivos, los adjetivos y los verbos, en el lugar adecuado para crear una obra señera de la narrativa contemporánea. En el cuento central, Hope aplaude libros, y este es un libro para ser aplaudido con estruendo de diluvio. Un libro escrito (probablemente) por la única persona a la que se le podía ocurrir preguntarse si a los adolescentes coreanos les interesa Borges. Un libro, en fin, para quedarse helado… de chocolate y de vainilla.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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