En las viejas escuelas nacionales lo más temido de la visita del inspector (o la inspectora, que éste era un campo muy femenino) era “la pregunta del misterio”, que, ya adelanto, nada que ver con “la nave del misterio” del ínclito. La inspectora te miraba con cara de que te lo iba a poner difícil: “¿Qué me puedes decir del misterio de la Santísima Trinidad?”.
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Que Dios era uno y trino; decía tirando del manual del papagayo y su catecismo, sin entender ni su pregunta ni tu respuesta.
Pues el misterio también podría explicar la foto, pero sin Dios, sin uno y sin trino, con dos: el carro y el paisano. Porque ellos, carro y paisano parados, sin hacer nada, aprovechando los rayos de sol frío que se cuelan entre nube y nube, viendo la vida pasar y a los capitalinos ir con prisa aunque, a decir de Emilio el de Piedrafita, “no van hacia ninguna parte, en un momento vuelven”.
Ese es el misterio de los resistentes en nuestros pueblos, gentes que no encuentran placer que supere al de sentarse junto al carro, o en su vara, para ver pasar la vida en silencio, hablar primero con ella, también consigo mismos hasta que pase un vecino y conviertan la mirada en conversación, que llamarán filandón cuando ya sean tres.
Por eso, cuando después te cuenta lo que se le ha pasado por la cabeza, te sorprenden con su mirada, porque no está alimentada por las prisas