La gran Mercedes Sosa te llevaba a ofrecer tus manos para su canción con todos. Las sacabas del bolso de manera instintiva y las ofrecías al escuchar el convincente «Todas las voces, todas. / Todas las manos, todas / toda la sangre puede ser canción en el viento / canta conmigo, canta».
Parece, escuchando la canción, imaginando a la de Tucumán en el escenario, que hubo un tiempo en el que era posible soñar con todas las manos, todas; con todas las voces, todas...
Parece, escuchando la canción, recordando que la bautizaron como la voz de los derechos humanos, que era licito creer en un futuro común, compartido, creado con manos diferentes pero con todas las manos, todas.
Parece, pero ya no son estos tiempos. Ya nadie se imagina todas las manos, que es tanto como todas las voces.
¿Lo imaginas? Imaginarlo es gratis.
¿Lo crees? Eso ya te cuesta más.
¿Recuerdas aquellos días aplaudiendo desde la ventana? ¿Recuerdas aquellas frases tan repetidas de saldremos más fuertes, más unidos, más solidarios, menos enemigos?
¿Recuerdas cuando las manos hablaban? Todas las manos, todas.
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