Por extraño que os parezca existe debate. Entre esas orquestas espectáculo actuales, de enormes camiones que no caben en muchas plazas, pantallas gigantes, luces que a altas horas de la mañana propician que algunos vean OVNIs y estas otras como las de la foto, las viejas orquestinas, muchas veces de vecinos del pueblo, que tocaban en cualquier corral o escenarios que hoy no superarían ningún control, aquellas que alargaban la pieza mientras un mozo se lo pedía hasta que el batería avisaba: «ojo al terminar» y con un golpe seco en los platillos cerraba la pieza.
Pues hay debate. Siempre cabe la duda de si quien añora la vieja orquesta lo que realmente echa en falta es lo mozo que se era cuando se bailaba a su ritmo, en el que mucho más importante que el ritmo era el baile y el sincero lamento de que no pudiera seguir la pieza cuando escuchaba de fondo «ojo para terminar», justo en aquel momento que empezaba a vencer las reticencias de ese codo que parecía hacer cumplir los deseos de quienes recordaban al analizar la verbena que «tiene que pasar un carro entre uno y otro».