En el interior había de todo:sujetadores de color carne sin talla (grandes y pequeños); calzoncillos marianos y cortos, blancos mientras aguantaban; chaquetas y jerseys, de cuello alto y de pico; trajes de primera comunión, de marinero y de calle; camisas de cuadros de leñador, gordas y finas; fajas de señora, entalladas y de cordajes eternos; pañuelos de quitarse los mocos, de tela de verdad; pijamas, de felpa y de verano; bañadores Meyba para ir a Gijón y trajes de baño que solo dejan a la vista el ombligo, si está colocado en su sitio; sombreros de señorito y boinas de lugareño; monos azules para trabajar y pasear el carretillo por el pueblo; calcetines de lana de los que pican; zapatillas de felpa de cuadros y negras, según sean para el paisano o para el párroco; chaquetas con cenefa para los domingos; toallas como las de Portugal pero que todos prefieren ir a comprarlas a Valenca de Minho y así hacen una excursión; batas guateadas de cuadros y colores; batas negras para las que no se quitan el luto... y lo que a usted se le ocurra que lo mejor era el tendero.
Pero cerró. Y en vez de escribir en un libro la historia del lugar; tan jugosa, tan llena de gentes y de viajantes, prefirió dejarla escrita en el escaparate, con unas pocas prendas, no hacen falta más.
Ahí están los años y las décadas, los colores y las modas, cualquiera que lo recuerde llena las prendas vacía de personas y viajará por el tiempo.
Historia escrita en un escaparate
17/04/2015
Actualizado a
16/09/2019

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