«Es que me gusta ladrar»

25/05/2023
 Actualizado a 25/05/2023
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Cuando a una escena, la que sea, humana o animal, le pones detrás una alambrera... todo cambia. Tanto como de la libertad a la cárcel. Y con ello lo que parecía extraordinario se convierte en supervivencia o, simplemente, aceptar el orden, al domador y dar por bueno el más viejo dicho del conformismo, «llámame pájaro y échame alpiste».

Y la imagen tiene alambreras, jaulas por grandes que sean, cárceles. A veces, muchas veces, muy necesarias pues las hay en centros de recuperación donde la única alternativa sería la muerte. También en otros espacios donde gentes altruistas de nobles sentimientos recogen todo aquello que otros abandonan y les dan una vida de adaptación para ver si es posible regalarles la libertad. Otras veces viven allí y son admiradas por los visitantes.

Nunca se sabrá si esa convivencia es natural, pero lo más natural, entre alambreras es convivir.

La doble vida la explica la leyenda de los dos perros, una en una perrera, al que alimentan tres veces al día, con el mejor pienso, llevan a la peluquería canina, cruzan con otros ejemplares de su raza buscando la mejor genética. Cada día ve a otro perro hambriento que llega del monte, mirando a ver si al otro lado de la alambrera cayó algún resto de comida...

Y el de la jaula pidió que cambiaran su vida por la del hambriento, ante la incredulidad de sus cuidadores: «Es que me gusta ladrar», argumentó.
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