Aroma de la fila de los mancos, el gallinero y visite el ambigú

El cine Lemy y los viejos cines de León siempre reaparecen cargados de tantos recuerdos como añoranzas; los cines de sesión continua, de la fila de los mancos, el acomodador con petaca y el visite nuestro ambigú, que siempre recomendaban

Fulgencio Fernández
25/07/2022
 Actualizado a 25/07/2022
| FERNANDO RUBIO
| FERNANDO RUBIO
Hay días en los que Fernando Rubio disfruta mucho viajando a su archivo fotográfico porque se convierte en un viaje a los recuerdos, a la memoria y hasta a la añoranza. Tal vez ampliado en su casa al llevar años viviendo lejos.

Hoy es uno de esos días al poner la mirada en el Cine Lemy y, por extensión, en los recordados viejos cines de la ciudad.Sin solución de continuidad va disparando recuerdos: "Son muchos, desde que te recibían los acomodadores con su linterna de petaca, su mirada cuando le pedías la llamada ‘fila de los mancos’ y el ponerse alerta para el control de parejas o la habitual recomendación desde la pantalla de ‘visite nuestro ambigú’".

Recuerda Rubio la sesión continua del Cine Alfageme en donde "por una peseta podías ver dos veces las dos películas que se proyectaban, comiendo pipas o cacahuetes y lo sucio que quedaba el suelo de la sala y, si en vez de a ‘gallinero’ ibas al patio de butacas, podías recibir alguna que otra cáscara. O la entrada de butaca de patio en el Teatro Emperador al escandaloso precio de un duro, que podías comprar de manera anticipada en ‘Contaduría’ de E.L.D.E. (Empresa Leonesa de espectáculos)".

Ha abierto Fernando en pocas palabras numerosos frentes de recuerdos. El Lemy sólo es la disculpa para recordar tantas y tantas salas. Ésta, situada en la calle Alcalde Miguel Castaño, abrió sus puertas en 1940 y las cerró en 1987, con la irrupción de los multicines, después de dos reformas, la primera en 1978 para seguir siendo un Lemy más moderno y la segundo en una obra que fue toda una metáfora de los tiempos pues la reforma se llevó la sala como tal y el nombre, acababan de nacer los Multicines Kubrick, que abrieron sus puertas el 4 de abril de 1987, el mismo día que el Lemy puso su The End.



Era uno más en la lista de caídos de la ciudad en circunstancias diversas. El Principal, antiguo Teatro Municipal,pasó a ser ayuntamiento; el Industrial Cinema, que sólo proyectó cine mudo; el Alfageme ya llegó hasta 1958 y con él aparecen los nombres más recordados, cada cual según la sala a la que acudiera: El Mary (cerro en el 77), El Azul (en el 78); el Avenida (en el 67); El Crucero (en el 84); El Condado (1990); El Ventas (en 1972) o el Trianón (en 1986), que también fue teatro, como el Emperador, por el que ahora suspira la ciudad. Habría que añadir aquellos dos que se salieron del control de la Elde y llegaron a León de la mano del grupo Fernández Arango en los años 60: El Abella (cerró en el 2000) y El Pasaje (en el 2002).

Otras aventuras tipo Cine Club, como el Candilejas o el Universitario son otra historia diferente, la del segundo de ellas con un libro reciente que la recrea, obra de nuestro compañero Joaquín Revuelta y Esther Bajo.

Son nombres que esconden debajo otros tiempos y hasta otra forma de ver el cine, otros aromas. Los recreaba perfectamente un gran cinéfilo, Roberto Merino, en un artículo titulado Sesión continua: "Entonces no había televisión ni baloncesto (era la época de gloria del Elosúa). La gente vestía siempre de oscuro. La iluminación de las calles hacía juego con el ropaje de los viandantes y las damas tenían que cubrirse con enlutado velo para acudir a los oficios rituales. (...) Eran los años 50. La negra posguerra de una guerra más negra todavía. En tan sórdido panorama sólo teníamos un motivo para la alegría: el cine. Acudir los jueves, los sábados o los domingos a una de las salas de la ciudad después de haber hecho cábalas con los programas de mano previamente distribuidos".

Recuerda cómo El Alfageme (que después ocupó Muebles Emporio) "era invadido por hordas devoradoras de pipas. Eran famosas las series de Bob Steele, el gicho por antonomasia de aquella época. (...) El Avenida era lugar idóneo para las películas de obligada proyección durante la Semana Santa, invariablemente las mismas año tras año: El Judas, Balarrasa, La herida luminosa, La huella de Dios. (...) El Mary siempre tuvo fama de ser más generoso en el reparto de pulgas, chinches y otros miriápodos a pesar de los acomodadores que durante el descanso se afanaban por los pasillos con el pulverizador de ozonopino en ristre. (...) El Ventas, sito en la periferia, era desaconsejado por los mayores bien-pensantes, celosos de que sus retoños no se mezclaran con gitanos, quinquis y gentes de ‘Corea’, como se llamó aquel barrio antes de que un certero hisopazo bautizara como de Nuestra Señora (La Inmaculada)". Por ahí iban las cosas, así eran los tiempos y así se reflejaban en los cines bajo la mirada lúcida de uno de nuestros cinéfilos de guardia: Roberto Merino.

Y en esta tierra de escritores no podían faltar los cines en su literatura. Seguramente el gran ejemplo sería ‘Retratos de ambigú’, de Juan Pedro Aparicio, también buen cinéfilo y con un guiño al séptimo arte ya en el título y la repetida frase invitando a los espectadores a visitar el ambigú. En la novela de Aparicio (Premio Nadal en 1988) aparece la famosa Musa del Avenida, la encargada del ambigú del Cine Avenida que pasaba por ser más bella que todas las actrices que salían en las películas ¡Qué mundo!
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