18/11/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Es más que probable que se trate sólo de una apreciación personal, que me perdonen pues los historiadores, pero tengo la sensación de que lo más intenso de lo ocurrido en esta provincia ha tenido lugar a partir del 28 de noviembre de 2013. Sé que antes, en esta tierra, hubo concilios, fueros y reyes, que sin León no hubiera España, pero todo eso me resulta ciertamente insignificante, con todos los respetos, en comparación con la cantidad de cosas que han pasado aquí después del nacimiento de La Nueva Crónica. En estos cinco años, que cuando echo la vista atrás me parecen cincuenta, León se ha transformado a todos los niveles, en lo físico y en lo emocional, aunque conserve algunas de sus eternas virtudes y todas sus enfermedades crónicas. Me preguntaría qué más puede pasar, si no fuera porque he aprendido que la actualidad siempre puede sorprenderte un poco más. Nacimos cuando estaban cerrando cabeceras por toda España, gracias a la indudable valentía de los editores, y lo hicimos con una idea del periodismo que en ese momento se podría considerar revolucionaria: queremos contar lo que pasa en León y no decidir lo que pasa en León, porque eso no nos corresponde. Nacimos por y para León, no nacimos contra nadie. Que haya quien piense que dar un paso al frente en esta tierra (ya no digamos informar) es necesariamente ir contra otro es algo que, con ciertas dificultades, podría llegar a entender, pero que no puedo aceptar. Para poder contar todo lo que ha pasado, la redacción de este periódico ha asumido una carga de trabajo absolutamente descomunal y, además, lo ha hecho sin que falte nunca ilusión, que a veces es lo más difícil. Por decirlo con un símil semanasantero para que me entiendan los premiados de la V Negrilla de Oro (¡que sea enhorabuena!): aquí todas las semanas son de pasión y todas las semanas son de calvario. En todo este tiempo, los redactores de La Nueva Crónica (seguro que ellos no llevan la cuenta, pero yo sí) han hecho nada más y nada menos que 150.000 páginas para la edición de papel, han subido más de 100.000 noticias a la web, han realizado casi 4.000 vídeos, han hecho una docena de libros... Pero no son las cifras lo que me hace sentir tremendamente orgulloso de ellos, sino la responsabilidad que han demostrado. Con nuestros errores, obvio, por los que pedimos perdón y rectificamos si toca. En una redacción, cuando se informa casi en tiempo real desde las nueve de la mañana hasta las once la noche, hay que tomar una decisión importante cada cinco minutos. Esto no para. Sabemos que para poder exigir nuestro derecho a informar debemos cumplir también con una serie de deberes, deberes que pasan por los compromisos que uno adquiere cuando decide dedicarse a esto. El primero, quizá el más firme, es con el lector, el respeto a su inteligencia: no le vamos a contar que hace sol si está lloviendo, pase lo que pase y le pese a quien le pese. El segundo es el compromiso con los hechos y el respeto hacia sus protagonistas, pues aquí no todo nos vale para conseguir más visitas o vender más periódicos. Asumimos el riesgo de que la prudencia sea entendida como torpeza, pero estamos convencidos de que la rapidez nunca puede ser más importante que la verdad. Somos así de raritos. El tercero de los compromisos es saber que, a menudo, manejar información se parece más de lo que uno podría pensar al transporte de mercancías peligrosas, explosivas en algún caso. Para hacerlo con responsabilidad, como han hecho los redactores de esta casa durante estos cinco años, hay que tener una serie de conocimientos que no necesariamente se aprenden en la facultad, sino que tienen más que ver con los valores personales. Demuestran que se puede ser al mismo tiempo buen periodista y buena persona, y esta redacción está llena de buenos periodistas y de buena gente.
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