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Una voz autorizada

12/05/2024
 Actualizado a 12/05/2024
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Recuerdo una madrugada durante la que, tozudos y entocinados, decidimos llamar a la casa de los padres de uno de nuestros amigos para que le despertaran y nos sacara de dudas. La pregunta que no podía esperar en aquel momento, tan etílica como trascendental, era que hasta dónde podía alcanzar la vista humana en un horizonte plano. Se la adelantamos al padre, cuando le bajaron las pulsaciones después de darse cuenta de que su teléfono no había sonado de madrugada por ninguna tragedia, y sentenció: «Ahora entiendo por qué os eligió éste como amigos. Sois todos igual de gilipollas». Nuestro amigo también despertó malhumorado: «Hasta la Cruz de Vegas, hijos de la gran puta». En ese momento surgió la pregunta de cuál es animal que mejor ve de lejos, pero la discusión quedó zanjada con otra serie de innecesarias referencias a la presunta profesión de nuestras madres.

La necesidad de recurrir a una voz autorizada ha sido siempre la mejor forma de zanjar una discusión, aunque la verdad es que eso ha ido cambiando a lo largo de los últimos tiempos. Al principio se recurría a la persona más sabia, la más ilustrada, la que mejore conociese el tema en cuestión, pero eso pasó pronto de moda. Hasta hace poco, el todopoderoso Google era el terror de los más necios, porque las cosas eran verdad simplemente por el hecho de aparecer en internet. Pero últimamente, sobre todo si se trata de noticias, pasa justo al revés: todo el mundo sabe que, si profundiza un poco su búsqueda, puede encontrar algo que diga lo mismo y lo contrario.

En el mundo, la forma histórica de acabar con las más graves discusiones entre países era recurrir a la ONU, la mayor organización internacional que existe.Decir el Congreso de las Naciones Unidas sonaba algo así como un puñetazo encima de la mesa, como una blasfemia institucional, y contar con la presencia de un relator de la ONU daba totales garantías, aunque no se supiera de qué. Pero resulta que ahora llega un señor de Burgos, al que se le puso cara de vicepresidente en la noche electoral y, desde entonces, cobra cien mil euros al año con la única competencia de hacer el ridículo cada vez que le ponen un micrófono delante, y dice que «habrá que ver si la ONU es imparcial». Es su respuesta a un informe sobre la llamada de Ley de Concordia, un texto con el que la derecha y su deforme apéndice aseguran que se evita el sesgo ideológico de la Ley de Memoria Histórica, mientras la izquierda sostiene que se blanquea el franquismo y se equipara a víctimas y verdugos, afirmaciones todas ellas que llegan sin que prácticamente nadie, entre los que confieso que me incluyo, se haya leído el texto.

La pérdida de valores de nuestro tiempo, la arrogancia social de ofendiditos y resabidillos que miden el éxito según la cantidad de seguidores, parece alcanzar incluso a la mismísima ONU, que ya no garantiza nada, porque hace informes para todos los gustos, para todas las ideologías, como pasa con las noticias.Si advierte de que la amnistía a los políticos catalanes no fomenta la convivencia y, en cambio, consigue todo lo contrario, la derecha aparta a algunos de sus santos para poner en los altares a las Naciones Unidas. Pero si dice a continuación, como ha sido el caso, que la encarcelación de aquéllos fue ilegal no tienen reparos en parafrasear a su tan citado Hugo Chaves cuando se plantó en el atril después de Bush y dijo aquello de «¡Aquí huele a azufre!». Lo cierto es que la ONU, con relatores por encargo y relatores voluntarios, es ahora capaz de decir una cosa y la contraria, franquiciada ya como los Niños Cantores de Viena, que pueden dar dos conciertos a la vez en dos continentes distintos y en dos idiomas diferentes, así que ha dejado de servirnos como voz autorizada para zanjar discusiones. Como los periodistas, parece que la ONU también ha perdido la credibilidad. No sé si me escuece más reconocerlo o estar de acuerdo en algo con García Gallardo. Bueno... sí lo sé: lo segundo.

El vacío se ve agravado por la mediocridad de las nuevas generaciones de políticos, los que piensan que el mundo empezó exactamente cuando a ellos les concedieron el cargo y por eso se atreven a criticar con la misma naturalidad a las Naciones Unidas que a la oposición. Nada se les pone por delante, nada detiene su ambición, nadie tiene una voz lo suficientemente autorizada como para detenerse escuchar. El motivo es la herencia más peligrosa que nos dejó una mujer de cuyo asesinato se cumple hoy una década, una voz, sobre todo voz, muy autorizada en materia política, que puso en práctica una estrategia que a día de hoy siguen imitado sin excepción todos, desde sus seguidores a sus detractores, pasando sus enemigos y sus adversarios: rodearse de los más inútiles, los que nunca soñaron llegar tan alto, para garantizarse por un lado que destacarán y por otro que nadie les va a traicionar. Sobre la degradación que eso supone con el paso de los años, de las generaciones, seguimos esperando un informe de la ONU, aunque no sea imparcial.

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