24/12/2023
 Actualizado a 24/12/2023
Guardar

«Y los perros de rabia murieron y el rico avariento pobre se quedó”. La Navidad tiene su propio archivo en los recuerdos, que opera con sus leyes particulares y sus asociaciones únicas. Las letras de un villancico, como el del rico avariento en clave flamenca, son como los mapas que dibujaron los creadores de las cámaras de los tesoros de las pirámides egipcias. Un intrincado camino lleno de recovecos y de ‘trampas’, en este caso de la memoria.

Todo comenzaba con el paterfamilias sacando de su escondrijo la caja con las radiocasetes de música navideña de alguna promoción del Reader’s Digest. Un movimiento que anticipaba un viaje en coche a través de nieblas y, en algunas ocasiones, nieves. La recopilación tenía villancicos de aquí y allá, pero el inglés estaba proscrito en aquellos trayectos, así que voces blancas y otras formaciones vocales infantiles iban haciendo el recorrido por los peces en el río, la marimorena y todo el repertorio habitual.

Durante bastante tiempo entendí a la gente que odia la Navidad, porque yo mismo no estaba demasiado conforme con aquella representación de luces y comilonas. Las circunstancias no ayudaron: en una ocasión me inflé a langostinos y me puse malísimo, por lo que mis padres tuvieron que llamar a mi primer trabajo –oh, humillación– para avisar de la indigestión y que no podría cumplir con mi turno de guardia; en otra el mismo crustáceo decápodo fue el protagonista, pues pelando uno me clavé el cuerno ése del demonio con forma de sierra que tienen encima de la cabeza y la mano se me hinchó con un color rojo terrible hasta que me pincharon con largas y gruesas agujas. Hubo otra vez en que la plácida caída de la nieve se transformó en tormenta y cellisca por la noche, y hubo que sacar las palas pringadas en aceite para abrir un camino entre paredes que llegaban hasta el cuello y escapar de allí antes de quedar aislados como los pueblos que salen (salían) en las noticias de televisión.

Luego –el tiempo– te pone cara de tonto y acabas buscando eso mismo de lo que huías. También con los villancicos: el algoritmo del ‘streaming’ ha terminado imponiendo una uniformidad aburridísima, hasta reducir estas celebraciones a Mariah Carey y a las voces engoladas de Bing Crosby (o Michael Bublé) diciendo que empieza a parecer mucho a Navidad, con juguetes en cada tienda. En lugar de eso, algunos alimentamos el rescoldo –pequeño, de un rojo no demasiado vivo– de nuestro corazón con aquellos versos que sonaban en el ‘Plácido’ de Berlanga:

«En esta tierra ya no hay caridad. Y nunca la habido y nunca la habrá».

Lo más leído