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La verdad, Majestad

14/01/2024
 Actualizado a 14/01/2024
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Hay tramos de carretera repartidos por la provincia de León que la última vez que vieron el asfalto fue cuando se preparaba alguna visita de Franco. Cuentan los que eran niños entonces que, después de mucha espera, todo lo que vieron fue una mano saludando por la ventanilla de un coche y que nunca pudieron saber si verdaderamente se trataba de la del caudillo. Las madres, al parecer, tenían la esperanza de verle más de cerca y extendieron los porsiacasos a toda la familia: «Me pusieron muda nueva y me cortaron las veinte uñas», cuentan los paisanos que se quedaron sin ver al que, en cambio, les miraba a ellos de reojo desde lo alto de sus pizarras.

Los retratos que presidían las aulas fueron cambiando pero la inquietante mirada sigue ahí, vigilando al personal, controlando que nadie copie y espiando otras miradas. En algún colegio se apresuraron a quitar el retrato del rey Emérito cuando se empezaron a publicar sus escándalos y, aunque con muchas excepciones, han puesto el de Felipe VI que, con el paso de los años, en vez de parecerse a su caricatura se parece cada vez más a su moneda. Quizá alguien vea complicidad en el gesto. 

Felipe VI y Letizia visitaron esta semana en el barrio de Armunia el colegio Gumersindo de Azcárate (que por cierto lleva el nombre de uno de los grandes teóricos de la República española sin que a nadie le pareciera un guiño del destino) para entregar, en estos primeros días de 2024, el premio Escuela del Año 2022. Es de suponer que muchos de sus alumnos se cortaran las uñas y estrenaran muda para la ocasión, porque ellos sí tenían la certeza de que iban a conocer a los monarcas en las distancias cortas, donde una colonia de hombre se la juega y una de adolescente mucho más. Alumnos y docentes estuvieron a la altura tanto del evento como del premio que recibían, que concede la fundaciónPrincesa de Girona y distinguió a este centro «por la singularidad en el uso humanístico de la tecnología y por su apuesta por una convivencia diversa y enfocada a impactar positivamente en su entorno». Los que no estuvieron a la altura, en cambio, fueron los políticos leoneses, que el día antes se enzarzaron en otro sesudo debate sobre si en el colegio debía lucir la bandera de León o no. El asunto tenía tan poco sentido que se autolesionaban lanzándose titularidades y competencias que, en cambio, se pasan por el forro cuando en el tejado hay goteras o en el patio sumideros. UPL y la facción del PSOE que aún sabe situar León en el mapa (la otra ha decidido llevárselo crudo y ya no recuerda dónde queda esta tundra que se extiende entre Benavente y Campomanes) pugnaron por parecer más leonesistas que los demás, con todo lo que eso nos soluciona, y les restaron imbécilamente protagonismo a los chavales. El PP se mantuvo a una prudente distancia, la misma desde la que ve todo lo que pasa en las instituciones leonesas que no ha querido gobernar. La Junta zanjó el debate mandando otros cuantos logotipos. 

El show continuó después con la llegada de Sus Majestades, que no pudieron aterrizar en el aeropuerto de La Virgen del Camino porque no funciona el sistema de aproximación en caso de niebla y tuvieron que ir a Villanubla, donde suele haber más. Acabaron por llegar en coche, aprovechando que los vehículos reales no deben de dejar huella de carbono, porque nadie les pregunta si las distancias que recorren no se salvarían mejor en reales trenes.

El ridículo mutó entonces para vestirse de Borbón y puede que no fuera culpa suya. ¡Ojo a la frase! A toda la concurrencia le quedó bastante claro, por motivos evidentes, que quien le escribió el discurso no había estado nunca en Armunia: tan apuesto y cercano como siempre, don Felipe repasó en la cara de los chavales que viven en uno de los barrios más deprimidos de la capital todos los sitios de los que su hija mayor es princesa (Asturias, Girona y Viana) y, para mayor orgullo de la escuela pública como correspondía al acto, que su hija menor estudia en Gales. Les convenció de que su suerte puede cambiar, que conserven «esa convivencia, porque es un tesoro». Ánimo, chavales, que sois unos fenómenos. Pero, a la hora de hacer cuentas, que ya toca a estas alturas del articulito, el premio en cuestión consistía en eso: unas fotos, unas palmaditas en la espalda y muchos ánimos. Barra libre de campechanía. Visibilidad, que es con lo que hay que conformarse cuando no hay dinero. Si le hubieran dado algo más que una capa de pintura al patio y a la fachada para preparar la visita sí habría merecido la pena estrenar muda y cortarse las uñas, quizá hasta desearíamos todos que don Felipe y doña Letizia visitaran también otros de los muchos colegios que se nos están cayendo por las cuatro esquinas de esta provincia, pero siendo así, la verdad, Majestad... 

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