12/03/2023
 Actualizado a 12/03/2023
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Hace tiempo hubo un debate (bastante idiota, como todos los debates últimamente) sobre por qué nos dolía más la muerte o el asesinato que suceden cerca de nuestra casa (o de alguien que sentimos próximo, aunque esté físicamente distante) que lo mismo a miles de kilómetros. No hay debate, pero si hubiera que dar una respuesta, sería sencilla: porque somos humanos. Si no eres capaz de apreciar lo que tienes al lado, difícilmente vas a poder sufrir por lo lejano.

Esto se puede ver en el amor por los ancianos. No es que los queramos poco, sino que, directamente, los olvidamos o dejamos aparcados en el margen de la sociedad, aún teniéndolos aquí mismo. Es verdad que a veces nos tenemos que encontrar con el presidente de la asociación de jubilados de Caja Madrid, un tipo que se lo estuvo llevando crudo en el mejor momento económico de la historia de España (por no hablar de aquel episodio de la venta de preferentes a gente vulnerable, algo que hay que recordar periódicamente) y que salía el otro día por televisión diciendo que los jóvenes no han de quejarse tanto y que lo tienen todo muy fácil. Pero, aún con casos así, se puede decir que no cuidamos como se merecen a los viejos de la tribu.

Hay quien dice que estamos en un ciclo adánico. Que se hacen las cosas como si nunca las hubiese hecho nadie antes. O sin que queramos escuchar a los que las hicieron antes. Un infantilismo necio que tiene mucho de críos malcriados que no desean que les recuerden que eso es imposible o que mejor de la otra manera. Se fía todo al impulso yla arrogancia tardoadolescente, que suelen estar equivocados la mayoría de las veces, pero es lo que toca.

Necesitamos, más que nunca, a gente que nos cuente cómo fue ser niño durante la Guerra Civil. Que nos recuerde que millones de personas sobrevivieron durante años sin comer más carne que un poco de chorizo o una gallina en ocasiones especiales. Que nos hable con palabras que van desapareciendo y que hunden las raíces en una cultura ancestral y maravillosa. Que nos exponga unos valores que ya no se estilan y con los que tal vez no estemos de acuerdo, pero que es crucial conocer. Que nos explique cómo se las apañaban en casas con siete hermanos que se llevaron bien toda la vida.

Mi abuela falleció cuando yo tenía un año o así. Fue una persona enfermiza, así que a mi padre le cuidó (igual que al resto de sus hermanos) mi Tía Pilar, que murió ayer. Era una buena mujer que peleó lo más grande en unos tiempos complicadísimos. Se merece mucho más que este espacio, pero es lo que tengo aquí y ahora, así que aquí queda.
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