30/07/2023
 Actualizado a 30/07/2023
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Murió Ibáñez y a unos cuantos millones de personas humanas nos dio por exhumar recuerdos de ‘Mortadelo y Filemón’. Aquellos ‘Pulgarcito’, ‘Olé’ y ‘Súper Humor’ con los que nos partíamos la caja y que algunos asocian al bocadillo de nocilla, los veranos en bicicleta y otras nostalgias.

En mi caso, las andanzas de los agentes de la T.I.A. contra Chapeau el ‘Esmirriau’ o los inventos del Profesor Bacterio me llevan a mi tía María Luisa. Nació al poco de empezar la Guerra Civil y en casa la llamábamos Tata, al ser la mayor de tres hermanas. Trabajó desde muy temprano como estanquera, una actividad que poco tenía que ver con ella, pues en la vida probó un cigarrillo. No se casó y fue una mujer independiente que peleó en muchas ocasiones ella sola contra el mundo y sin hacer caso absolutamente a nadie. Ello le granjeó enemistades y también conflictos con gente cercana, empezando por mí: a pesar de ser mi madrina, desarrollé una intolerancia a sus manías al llegar a la adolescencia que se tradujo en constantes discusiones sobre política (y cualquier otro asunto). Pero siempre admiré su sacrificio y entrega al cuidar de mis abuelos cuando el cerebro les dejó en un estado en el cual ha terminado cayendo también ella.

Mucho antes, cuando vivíamos en El Ejido, Tata nos compraba todos los sábados un tebeo. Aquello era lo mejor de la semana: ir al kiosko, buscar los que no tenías y escoger uno nuevo, con las viñetas llenas de colillas pegadas con chinchetas al techo y ‘mortadelescos’ disfraces. También durante los veranos nos contaba cuentos que se inventaba cada noche, aunque con alguna concesión a los clásicos, como la boda del Tío Perico o el compadre lobo que sube la collada a la zorra aprovechada mientras ésta va cantando y quejándose. También las fábulas de la Vieja del Monte y otras cosas que sucedieron de verdad (o así se habían ido transmitiendo), como la vez en que un oso le arrancó las narices a un paisano de un zarpazo. Estoy seguro de que muchas de esas historias se han perdido para siempre en las circunvoluciones y oquedades de su cerebro, al ser ella su última guardiana.

Hay en Street View una foto suya saliendo de casa con su vestido rojo. El vehículo de Google la capturó, menuda y nerviosa, de camino al estanco o a algún otro menester. Ahí permanecerá hasta que una nueva barrida de la aplicación actualice las imágenes de las calles. Me gusta volver ahí, a ese lugar y ese momento en que su memoria aún funcionaba, igual que regreso a mis viejos ‘Mortadelos’ para revivir a ese niño que ya no está.

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