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La posmoderna Biblioteca de Alejandría

10/12/2023
 Actualizado a 10/12/2023
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¿Qué pensarán de nosotros quienes nos lean en el futuro? ¿Cómo reconstruirán nuestra historia con los fragmentos que hemos ido dejando, aquí y allá? Desperdigados por las redes sociales, por documentos oficiales, por reclamaciones de apremio de multas en boletines oficiales o por comentarios en ‘posts’, renaceremos. En un ejercicio de arqueología digital, quedaremos para los restos como fans locos de Kanye West, cuando en realidad lo que nos gustaba era Rosendo. Seremos ejemplo del comportamiento agresivo que trajo el cambio de siglo por aquel comentario desafortunado en un hilo ‘online’ que dejamos después de haber tenido un mal día. Seremos un poco como Safo, de la que no se conserva nada completo, sino versos sueltos en boca de otros, inscripciones en un pedazo de ánfora que provocan debates apasionados en congresos de paleografía.

A la posmoderna Biblioteca de Alejandría no le hará falta arder. Bastará, como Myspace, que los cientos de millones de páginas, de horas volcadas, de ideas y creaciones, se extingan en un segundo después de que alguien desenchufe un servidor alojado en Camboya. Pienso en ‘Wear sunscreen’, el ensayo de la escritora Mary Schmich que ha sido usado como poema de afirmación ante el mundo. En él se dice: «Conserva tus viejas cartas de amor. Tira tus viejos recibos del banco». Me paro a pensar en cuántas cartas impresas se guardarán ahora en el fondo de los cajones de medio mundo. Y en los millones de recibos traspapelados se encontrarán los investigadores del mañana para intentar recomponer nuestro puzzle.

Para volverse más veloz, la información ha tenido que renunciar a su materialidad. A las palabras siempre se las llevó el viento, pero ahora ni siquiera hay nada que arrastrar. Busco en las modernas correspondencias publicadas y bajo encabezados, asuntos, fechas y demás ‘data’, los textos parecen contaminados de ese mismo aire formulario de nuestras comunicaciones diarias. Sin tiempo para procesar lo que nos dicen –ni siquiera lo que pensamos–, escribimos «te quiero» y «te odio» como quien espera que este correo encuentre bien al destinatario al que vamos a reclamarle cosas que nos prometió y que no cumplió. Lenguaje pasivo agresivo que se yergue, enhiesto, rampante, como la estela de Hammurabi. 


Frente a las tablillas de barro cocido de los babilonios o las maderitas que aparecieron en el campamento romano de Vindolanda (Inglaterra), nuestros recuerdos perecerán con nosotros. Quien encuentre el acceso a nuestras cuentas personales se hastiará entre tanto contenido inútil hasta hallar un destello de vida, una chispa de lo que realmente fuimos.

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