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Por qué en León se opina tanto de todo y a todas horas

28/04/2024
 Actualizado a 28/04/2024
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Recuerda que pase lo que pase mañana, diga lo que diga Pedro Sánchez, tú ya lo sabías. No sólo lo sabías: es que, además, se vaya o se quede, estaba clarísimo. Vamos, que lo veía un ciego. Quizá lo sabías incluso antes de que el presidente nos mandara el miércoles ese mensaje con nombre de encíclica: «Carta del presidente del Gobierno a la Ciudadanía». Le faltó citar antes el nombre del evangelista, en plan «de Ángels Barceló, 25:17» o «de Ignacio Escolar, 26:4», pero, como en su Biblia él también es Dios, puede asumir todos los papeles, incluidos Padre e Hijo, el espíritu y la encarnación, Judas y Pedro, el verdugo y la víctima. Así es como hemos sabido en lo que el presidente estaba pensando el pasado martes, vestido de chaqué, mientras el leonés Luis Mateo Díez leía su discurso al recibir el Premio Cervantes. El escritor hablaba del niño de Villablino que escuchaba voces contando historias, a veces de profesores que leían libros en alto y a veces de gente que no sabía leer, y mientras tanto Pedro Sánchez debía de estar pensando en su propia carta, que obviamente no está tan bien escrita como las novelas de Mateo, pero igual cogió la idea de crear un territorio imaginario, que en el caso del primero es Celama y en el caso del segundodirectamente España. Lo que a buen seguro no entendió el presidente, ni lo piensa entender por mucho que se lo repitan, es lo que dijo el autor lacianiego en referencia a sus propios personajes («son ellos los que me salvan») y, sobre todo, que «nada me importa menos que mí mismo». Sánchez debió de pensar que se trataba de un errata. 

Por explicarlo con una palabra sencilla, que ojalá Mateo y el resto de académicos eviten que llegue algún día al diccionario aunque ahora sirva para describir la situación, la política española se ha «federicojimenezlosantosizado». Como todo tiene que ir a más, siempre a más, el que hasta hace poco era el gran agitador de las ondas parece hoy un tipo ecuánime, casi equidistante, casi moderado, como si su rabia se hubiera amortiguado, al menos en comparación. En esta espiral del odio, hay determinadas cuestiones que no han cambiado: los medios de comunicación nacionales siguen siendo trincheras ideológicas que sueltan sus proclamas sin necesidad de disimular, porque saben qué es lo que les piden sus clientes, no lectores, ni oyentes, ni espectadores, únicamente clientes que no quieren informarse sino que les den la razón, que no les piden que les cuenten lo que pasa, sino lo que a todos ellos les gustaría que pasase. Y ahora, además, se les azuza. Cierto que la mayoría de los medios de izquierdas son, objetivamente, más profesionales, menos chabacanos haciendo su trabajo que la mayoría de los medios de derechas, pero ambos resultan igual de tendenciosos. Cierto que son muchos más los medios de derechas, pero en su conjunto suman una audiencia menor que todos los de izquierdas, así que nadie, ni siquiera el presidente del Gobierno, está como para dar lecciones de ética ni considerarse perseguido, porque cuando persiguieron a otros se puso de perfil y ahora no se acuerda de cuando fue él quien lanzó a las hienas contra sus adversarios.

De los males del periodismo tenemos la culpa los periodistas, pero de que este verdulerismo, esta peligrosa impunidad ante las mentiras, asalte los parlamentos la única culpa es de sus señorías diputados, senadores, procuradores, concejales... Las redes sociales han contribuido a generar esta situación y, también y sobre todo, el periodismo digital, en el que la liquidez de las pantallas, poder decir una cosa y la contraria sin dejar rastro, genera una selva llena de alimañas donde resulta mucho más determinante tener un buen informático que un buen periodista, una selva en la que, como reflejo de nuestro tiempo, se premia la inmediatez por encima de todo lo demás. Repartiendo la publicidad institucional en función del clic y consintiendo que la reciban los profesionales de la mentira, sea cual sea su ideología, partidos de todos los colores fomentan este peligroso ejercicio de lo que en realidad es antiperiodismo, también en provincias como ésta donde Luis Mateo Díez reflejó con tanta lucidez la profesión en ‘Las estaciones provinciales’. 

Nadie puede negar que Pedro Sánchez es también un escritor de éxito y algunos esperan que cuente en su próximo libro, que ya será el tercero, cómo vivió estos días de asueto. Él pensaba en sus cosas mientras Mateo leía su discurso y él se atreverá, incluso, a rectificar aquella maravillosa frase de Julio Cortázar que decía «cuando alguien dice que se va, en realidad ya se ha ido», porque hace el amago de irse pero ahora que no hay nadie en su partido que le puede relevar. En cualquier caso, pese a su extremo egocentrismo, hay que valorar su arrojo para intentar unir polos que se repelen por naturaleza, más que probablemente por ambición en lugar de por ética o por nuestro futuro, y desear que le salga bien su particular más difícil todavía, su enésimo ejercicio del funambulismo en el que vive como político, porque, hablando de periodismo y de exclusivas, aquí ya padecemos desde hace más de dos años la triste primicia de que nos gobierne la extrema derecha. Y da un poco más de vergüenza ser de aquí.

Aunque lo intentó, el mundo no se detuvo cuando quiso Pedro Sánchez. La semana siguió avanzando y llegaron los resultados de la Encuesta de Población Activa, que relegan a la provincia de León al peor lugar de toda España en cuanto a tasa de actividad. «Eso sí que es violencia», sentenció, cargado de razón, el secretario general de la Unión del Pueblo Leonés, Luis Mariano Santos. Sorprende ver a los socialistas cogiendo autobuses a Madrid para cantar ‘Quédate’ y a los populares acudir en rebaños a manifestarse contra la amnistía, mientras que ninguno de ellos ha dicho una sola palabra de que ya tenemos explicación a por qué en León se opina tanto de todo y a todas horas: hay 36.000 pensionistas más que trabajadores (eso sin entrar a valorar la cantidad de funcionarios que hay entre todos esos trabajadores). Bueno, en realidad, no. Miento y, tal y como está el tema, no quiero hacerlo, así que rectifico (prueben, prueben) y reconozco que sí hubo un político del PP que se refirió esta semana a los resultados de la EPA en esta tierra: fue el presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, que nos felicitó, se felicitó a sí mismo y agradeció «el compromiso del sector empresarial para crear riqueza y puestos de trabajo en la comunidad». Pese al drama que suponen los datos para León, pese a la tomadura de pelo que suponen esas palabras, tanto él como sus asesores siguen en sus puestos a estas horas, no se han convocado manifestaciones, nadie canta cursilerías de la Carrá ni de Quevedo y el único que se va coger unos días para reflexionar es un servidor.

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