Maximino Cañón 2

Perro, el gran amigo y compañero

21/03/2023
 Actualizado a 21/03/2023
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Yo no tengo perro pero puedo decir que desde tengo uso de razón conviví con uno que mi padre siempre tuvo y que crió con mimo y cariño cuando todavía no existía la protección que hoy tienen los animales. Hasta tal punto mi padre quería a un cachorro de pastor alemán, que este cuando aullaba de noche él se levantaba y era reprendido por mi madre diciéndole que cuando éramos pequeños y llorábamos la que se levantaba a consolarnos, a mi hermano Luis y a mí, era ella y ahora al menor aullido del perro se levanta a darle algo de leche para que callara.

Cuando uno echa la vista atrás es cuando siente como han cambiado las cosas y como, salvo algunas excepciones, se cuidan hoy a los perros como animales de compañía. Antiguamente los perros tenían que buscarse la vida como podían a la vez de esquivar la acción de los guardias municipales dedicados a busca y captura de los perros callejeros y que se les conocía como ‘perreros’. Estos funcionarios municipales, que ninguna culpa tenían por cumplir con su cometido, no eran bien vistos por la ciudadanía a pesar de ser requeridos cuando los citados perros callejeros erraban por las calles a su libre albedrío. Los niños, con ese puro sentido de justicia y de amor hacia los perros, que en esos años se tiene, les teníamos declarada la guerra a los citados empleados municipales abriéndoles la perrera portátil al menor descuido, que era donde se guardaban los animales una vez recogidos por los ‘laceros’, conocedores del destino que aguardaba a citados animales como era ser sacrificados, cosa que a nosotros nos parecía un asesinato sin paliativos. La realidad era que la mayoría de estos perros sin amo vagaban por las calles a la busca de los desperdicios que pudieran encontrar.

Uno llega a pensar sobre quienes eran más animales si ellos o quienes les sometían a crueldades inimaginables que hoy están penadas por la ley. No tenemos olvidar que el perro, como cualquier animal de compañía, es un ser vivo que aunque nunca podrá hacer olvidar ausencias queridas, sí puede atenuar esos sentimientos. Por ello entiendo perfectamente a todo aquel que por distintas causas convide con un perro (sobre todo) o cualquier otro animal llamado (nunca mejor dicho) de compañía.

Lejos quedan aquellos años en los que veíamos a los perros por la calle hincándole el diente a todo lo que pillaran, fundamentalmente a un hueso que al ser duro y tuviera poco que comer, les duraba más. No estoy anteponiendo el cuidado de un animal al de una persona, faltaría más, sino que lo que trato de reflejar y entender la convivencia entra ambos.

En estos momentos me acuerdo de mi gran amigo, Andrés Martínez Trapiello, que llevando una vida de buenísima convivencia con su irreemplazable esposa Merce, la maldita muerte le privó de ella, si bien le dejó un rico legado como son sus tres hijos, Virginia, Nacho y Andrés, los cuales, sin querer bajo ningún aspecto suplir la tan sentida perdida de su madre, le regalaron a ‘Tosca’ (Golden Retriever), compañera de paseos madrugadores y nocturnos, para atenuar esas difíciles horas de soledad, contra las que no hay antídoto alguno. Y como dice la canción que popularizo Rafael Farina: «Maldita sea la mano que mata a un perro».
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