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Performatividad

12/02/2023
 Actualizado a 12/02/2023
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Qué lujo estar en un trabajo donde eres el callado y te limitas a currar. Sin tener que caer en eso que hoy se llama ‘lo performativo’. Que es la forma derivada del extranjerismo ‘performance’ para denominar a lo que aquí se ha llamado de toda la vida de Dios ‘paripé’.

En el mundo actual no basta con hacer: tienes que interpretar, hacer una ‘performance’. Si, por ejemplo, el gobierno iraní reprime salvajemente las protestas contra la obligación de las mujeres de llevar velo, hay que hacer una actuación cortándose un mechón de pelo desde algún lugar de Occidente y grabarlo mientras se mira a cámara con gesto grave. Ello no contribuirá lo más mínimo a la mejora de la situación de los millones de personas oprimidas bajo la bota de los ayatolás, pero se supone que es lo que uno debe representar. Al cabo de unos meses, que es el tiempo que ha pasado desde la revuelta iraní hasta ahora, aquello se habrá olvidado y habrá que pasar a otra cosa nueva.

Hay empresas que obligan (o presionan amablemente) a sus empleados para que se sumen a paripés de este tipo. Igual que el cajero de una cadena de comida rápida que ha de llevar un gorrito ridículo: el precio a pagar es la dignidad, aunque también es verdad que las facturas no se saldan solas.
El mundo moderno es un gigantesco plató y en él la vida se basa en ir haciendo diferentes papeles con los que vamos ocultando nuestro yo real. A veces jugamos a ser más inteligentes, otras más simpáticos, en ocasiones incluso intentamos convencer al resto que nuestra belleza física es superior. Quien no realiza una puesta en escena es señalado y expulsado, como un molesto recordatorio de nuestra falsedad. Las redes sociales perpetúan y amplifican esta manipulación, que permea todos los niveles de la vida.

Como contaba en una historieta Chris Ware, en el futuro los empleos serán como concursos de popularidad en los que importará más la percepción que los demás tengan de ti que tu rendimiento. Te bajarán el sueldo o te pondrán en la calle por no aparentar el suficiente espíritu de equipo. De hecho, ya está aquí: Las palmaditas en la espalda, las risas grandes ante los chistes sin gracia del jefe, las copas de después de la oficina, las ‘pachangas’ de futbito con los compañeros, la motivación y la adopción de los valores de la empresa… No importa que nada de eso sea falso mientras parezca real. Y en cambio a García, que acaba su labor en tiempo y forma, que se va a su hora y no acude a ninguna cena de empresa, se le mira con ojos sospechosos. ¿Por qué no finge ni simula? ¿Qué ocultará quien no oculta nada?
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