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No hay que llorar

11/02/2024
 Actualizado a 11/02/2024
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Desde la ventana veo y escucho a una pila de patinadores disfrazados de minions que bailan a 4 grados centígrados con sensación térmica de 1 bajo cero. Aquí mismo, hace mucho tiempo estaba yo también, chupándome un frío similar. Las sensaciones se mantienen parecidas por muchos años que pasen. Es escuchar el «carnaval, te quiero» de la boca de Georgie Dann y empezar la catarata de imágenes.

Las primeras son siempre con la Ma cosiendo, a mano o en la Singer, un disfraz. Como esa vez que fuimos de chinos. O aquella otra de payasos con pelucas de colores. El proceso era siempre el mismo: irrupción maternal con una idea para un disfraz. Breve debate sobre la idea (de mi madre consigo misma) y puesta en marcha. Horas y horas de patrones de la ‘Burda’ o sabe dios qué publicaciones pre-internet, pruebas, arreglos, peleas con las telas…

Era la fase de la ilusión. De verte en el espejo bien chulo con tu traje de pintor o de graduado con birrete. Y así, hasta que llegaba el lunes de carnaval y había que salir, disfrazado, a ver la cabalgata. Entonces se disparaba un instinto, seguramente atávico, de vergüenza. Yo así no salgo, estoy ridículo y otros remoloneos. Después de todo el esfuerzo maternal, esos melindres no tenían muchas posibilidades de tener efecto alguno. El niño era embutido en el traje y sacado a rastras del hogar. Curiosamente, en ese momento desaparecía el bochorno y uno terminaba pasándoselo bastante bien, hasta el punto de que se olvidaba de que iba disfrazado.

Supongo que eso es el carnaval y que por ese motivo es un rito de paso importante en la vida. Vencer el miedo, la timidez y el reparo a ser quien no eres. En muchas ocasiones me encontré con pruebas similares, amenazado por fuerzas que me impedían salir de casa, que tuve que vencer y que luego olvidé, por lo bien que me lo pasé. Muchos buenos recuerdos de estas fechas. En León, pero también en La Bañeza, o los míticos de Astorga de una semana más tarde que el resto. y aquellos otros que, como en Riaño, recuperan (y un poquín se inventan también, vale) los antruejos y antroidos de siglos pasados. 

La peña que se queja de que Halloween le ha comido la tostada a los carnavales es la misma que no se disfraza nunca y seguramente no se haya disfrazado en la vida. Da igual, lo importante es salir a la calle ridículo y, en estas latitudes, congelarse vivo mientras se le hacen los coros a Celia Cruz con lo de que no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantandooooo.

 

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