dario-prieto.jpg

No es para tanto

23/07/2023
 Actualizado a 23/07/2023
Guardar
Mañana saldrá el sol y seguiremos con nuestras vidas. Los que murieron no volverán, las personas que nos quieren seguirán haciéndolo y, más o menos, lo importante continuará como hasta ahora.

Pase lo que pase, estemos exultantes o decepcionados, nos tocará levantarnos y empezar un nuevo día. Y eso es precisamente lo que se ha puesto en tela de juicio en las últimas semanas. Todo ha adquirido un tono apocalíptico y agónico: Hay que ‘echar’ a unos o ‘frenar’ a otros, ‘parar los pies’ a los que no son de los nuestros y ‘salvar’ a los que sí. Como si de eso dependiese la felicidad, no ya la general, sino la nuestra, particular.

Hemos asumido ese salto de lo colectivo a lo individual, hemos interiorizado lo que los políticos de hoy nos repiten: que determinadas personas –los líderes de los partidos– hacen que nuestra vida cambie a peor o a mejor.

No deberíamos darle más importancia. Pero sí, lo hacemos. Forma parte de esta nueva forma de ver el mundo en la que tiene mucho más peso lo que nos diferencia y nos divide que aquello que compartimos. Nos identificamos de una determinada manera porque no somos como «esos otros que no tienen nada que ver conmigo». Nos presentamos con unos esquemas mentales específicos porque se oponen a los de más allá.

No nos damos cuenta de que la sobreideologización actual está arrinconando a las ideas. Éstas, como vio Platón, revolotean en el mundo intangible, felices y juguetonas. Pero cuando caen a este otro mundo, el cotidiano y prosaico, se diluyen en las ideologías, que son estructuras que te dicen lo que tienes que pensar y te ofrecen una serie de dogmas para sobrevivir a este mundo cambiante, salvaje e incomprensible.

Si atendiésemos más a las ideas podríamos decir a los otros que sus términos son aceptables, o mirar hacia los nuestros y proclamar que están equivocados. Desde luego, algo así no es posible cuando todo se plantea en términos de vida o muerte, de destrucción o de supervivencia.

Y no es tan difícil escapar del tono apocalíptico. Basta con recordar que hay familia o amigos que queremos y que hoy votarán una opción inaceptable para nosotros. Que nuestros supuestos enemigos políticos nos venden el pan, nos curan las heridas o nos regalan gestos generosos y desinteresados. Que no importa si esta noche pierden ‘los buenos’ y ganan ‘los malos’. No vale la pena apostarlo todo a unos supuestos que –prácticamente siempre– no llegan a producirse. No es para tanto.
Lo más leído