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Ni santos ni inocentes

17/12/2023
 Actualizado a 17/12/2023
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A la Audiencia Provincial, donde se juzga si Pedro Muñoz arrojó al vacío a Raquel Díaz, Pedro Muñoz llegó el pasado lunes caminando y Raquel Díaz en silla de ruedas. Durante las declaraciones, el ex político berciano se ha atrevido a hacerles gestos a los testigos, soltar comentarios tan rancios como machistas, hablar sin pedirle permiso al juez y a salir de la sala dando un portazo cuando mejor le parecía. Sin conocer los vericuetos de la jurisprudencia, sin profundizar en las pruebas o en las declaraciones, parece a simple vista que el acusado se cree por encima del bien y del mal, que ni siquiera el tribunal que le puede mandar más veinte años a prisión le merece el más mínimo respeto.

Diferentes expertos han ido pasando por la sala diciendo que el caso responde a los patrones de la violencia de género: el agresor pasa de la ira al arrepentimiento y a la víctima su entorno le advierte de que se aleje de una relación evidentemente tóxica, pero al final de quien se termina alejando es de su entorno, por miedo o por dependencia. Los únicos que hasta ahora han mostrado cierta ambigüedad en sus declaraciones han sido los miembros de la Policía Local de Ponferrada, que han pretendido explicar por qué, tiempo antes de que la ex pareja de Muñoz terminara en el Hospital de Parapléjicos de Toledo, no la socorrieron cuando se lo solicitó.

Se quiera o no, el caso tiene evidentes connotaciones políticas, ya que Pedro Muñoz ha pasado, básicamente, por todos los partidos políticos: PSOE, PP, UPL. Cuando se produjeron los hechos, era concejal del Ayuntamiento de Ponferrada por Coalición por el Bierzo, partido que fundó y manejó sin disimulo hasta su fugaz entrada en prisión. Todos esos partidos callan ahora ante un caso que, pese a su gravedad, no ha llamado la atención de la opinión pública nacional, tan preocupada en cambio por las ocurrencias de Isabel Díaz Ayuso o de Óscar Puente.A todos esos partidos, las asociaciones feministas les recuerdan estos días que su silencio les convierte en cómplices.

Durante el juicio, las declaraciones han tenido un punto de ‘Los santos inocentes’, incluyendo a sumisos guardeses limpiando la sangre antes de que llegara la policía, según ellos «por imagen».Pero los cortijos de Pedro Muñoz no se ceñían a la ‘finca de los horrores’, como la han bautizado la víctima y su defensa, sino que también tenía un cortijo político llamado Coalición por el Bierzo que, pese al encarcelamiento de su fundador, en mayo consiguió volver a la ser la llave de la gobernabilidad en Ponferrada, que le entregó a PP y, no se sabe si por coherencia o por incoherencia, a Vox, partido que niega la violencia de género. No es ni mucho menos la primera vez que se demuestra que en Ponferrada delitos como la corrupción o el acoso sexual están parcialmente perseguidos por la ley y totalmente amparados por las urnas. 

En la memoria de cualquiera que las haya visto permanecen las imágenes de 3.000 personas manifestándose a favor de un alcalde, Ismael Álvarez, que había sido condenado por un tribunal de justicia y en contra de una concejala, Nevenka Fernández, que había tenido que irse de su tierra como si ella fuera culpable, 3.000 personas convencidas de que la víctima era él. Lo recuerda un documental que, en cambio, se olvida de aclarar que el padre de Nevenka financiaba las campañas del PP y de que el PSOE estaba dispuesto a pactar con el condenado pero se echó atrás cuando vio venir el escándalo, dejando tirados a sus representantes, esa marca tan de la casa. Los agravantes no terminan ahí y hace poco fue rociado con ácido el monumento que se colocó en la capital berciana en reconocimiento a la valentía de Nevenka Fernández.

Si en casi ningún lugar estamos para presumir, los bercianos tienen poderosas razones para lamentarse de los políticos que les han tocado, aunque obviamente la responsabilidad es suya por votarles y seguir haciéndolo pese a las evidencias. Sin remontarse al siglo pasado, les hemos visto culparse mutuamente y con idéntica hipocresía del fin de la minería, cuyos daños, sociales y medioambientales, estamos empezando a ver ahora con un poco de perspectiva, mientras que nos venden un desarrollo alternativo que no existe porque nada, nunca, será comparable a la desbordante riqueza que generaba el carbón, así como vendernos ahora una transición que es de todo menos justa, porque quiere llenar de cables y molinos una de las comarcas más hermosas y singulares de España. Por eso, del juicio a Pedro Muñoz, y pese a la gravedad de los delitos que se le imputan (violencia habitual, maltrato en el ámbito familiar, injurias, amenazas y lesiones agravadas), lo más sorprendente de todo es la naturalidad con la que el público y, sobre todo, el tribunal, que debería actuar de oficio si la justicia de verdad fuese real, asumen como si oyeran llover que el acusado tenía poco menos que a su servicio a mandos policiales y a responsables sanitarios, una normalización del caciquismo que viene a demostrar que, pese a que se nos llene la boca de democracia y todo el mundo opine sobre lo que dice o debería decir la Constitución, no estamos tan lejos de lo que contaban Delibes en su novela y Camus en su película, salvo que aquí no se ven por ninguna parte ni santos ni inocentes.

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