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De mudanzas y agro-odio

18/02/2024
 Actualizado a 18/02/2024
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Antes las mudanzas eran una cosa exótica y hasta mágica. Si acaso, vivías una en toda tu vida y se te quedaban para siempre las imágenes: tu hermano y tú, en la caja de una furgoneta que alguien había prestado a tu padre, dando bandazos de un lado al otro en las curvas y muertos de risa entre constantes peligros para la integridad física infantil.

Ahora no. Ahora es un ritual tedioso que se repite cada cinco, seis o los años que establezcan los contratos en rigor. Saludar al paisano encargado de la mudanza anterior y al que seguramente volverás a llamar si apenas perecen vasos en el traslado. En cualquier caso, el ritual es el mismo: asombro ante la acumulación de zarrias sin sentido, laborioso proceso para deshacerse de las mismas antes de la llegada del camión, descubrimiento de muchas nuevas una vez depositados los bienes muebles en el nuevo domicilio y maledicencias sobre el síndrome de Diógenes que atraviesa el corazón de cada ser humano, más o menos como dijo Solzhenitsyn. ¿O no era así?

Luego llegarán los meses rodeados de cajas (alguna habrá que viajará, inmaculada e íntegra, hasta la siguiente mudanza) y reflexiones de tipo ascético sobre la preferencia de la vida sin bienes materiales respecto al exceso de estos. ‘Pamenes’, como decía el padre de ‘¡Adiós, cordera!’. Hasta se podría decir que las zarrias, las cosas que suponen un estorbo y que ocupan y desplazan a las que son realmente necesarias, son las que nos hacen realmente humanos, no los símbolos ni las armas.

Para escapar de estas mierdas, intento pensar una palabra nueva. Un neologismo. Servirá para definir esa odio hacia los agricultores que últimamente vemos florecer a cuento de las protestas de estos. Es verdad que el ratio de personas de inteligencia limitada que disponen de teléfono con acceso a Internet distorsiona la muestra notablemente, pero eso no justifica el espacio que se da de manera reciente a reflexiones como que todo aquel que posee un tractor para trabajar en el campo sea poco menos que un oligarca explotador y semiesclavista, cuando el elevado precio de la maquinaria comprada a crédito es una realidad cotidiana para quienes se parten el lomo por producir los alimentos que consumimos. Esa gente «tosca» y «subvencionada», como les llamáis, que bloquea el acceso a los multicines donde ponen la película que queréis ver, es también quien financia ese doctorado en Taylor Swift que en breve leeréis ante un tribunal. De ahí mi ocupación: ‘agrofobia’ se refiere sólo a los campos y recuerda demasiado a agorofobia. ‘Agricultorfobia’ es larguísimo, feísimo y seguro que mal construido. Así que ayuda, por favor. Con la mudanza también. 

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