24/03/2024
 Actualizado a 24/03/2024
Guardar

Supongo que le pasará a más gente: pensar alguna maldad y marearse. Ya desde pequeño, él patrón se repite: hay una discusión, un acaloramiento, las frases empiezan a subir de tono y, entonces, se cruza por la cabeza alguna crueldad. «No la sueltes», parece decir la parte del encéfalo que controla los sentimientos, pero cuando te quieres dar cuenta tu boca ha soltado las palabras y la bomba ya ha salido de la bodega del avión. El mareo es como una señal de alarma, el canario en la mina, que intenta defender a uno de las consecuencias de lo que dice.

Muchos mareos se han cruzado en mi vida. Sin embargo, hace años que no me tengo que enfrentar a esa sensación. Pienso en que la vida me ha llevado a morderme la lengua o que las peleas infantiles se han cambiado por juegos más fríos. La vida adulta precisa otras tácticas y supongo que será mejor así. Pero hay algo que se echa de menos, una pérdida del ‘sentido arácnido’ frente a ese mal que supera a cualquier otro: el que anida en uno mismo.

Todo esto viene por un fenómeno no tan reciente, pero que últimamente ha cobrado un mayor protagonismo. Cada vez es más habitual encontrar a quien pretende hacerse el mezquino para parecer más inteligente. Es verdad que durante siglos se ha considerado que la pluma más afilada era aquella que más podía herir. La propia etimología parece apuntar por ese camino. Agudo, decimos en español; ‘sharp’, apuntan los ingleses. En cualquier caso, se trata de un tipo de sabiduría humorística que tiene que ver con el sarcasmo. Con una posición de superioridad respecto al objeto de la crítica.

Este plumilla ha caído demasiadas veces en esto, sabedor de que el halago llega con mucha menos fuerza que el despellejamiento. La polarización que ha venido junto con la revolución digital ha exacerbado esta situación. Tal vez por eso me llama la atención encontrarme con compañeros de gremio que impostan maldad para situarse en un nivel más elevado del que realmente están.

Lo más triste es que el verdadero mal –el más peligroso, el que va de la mano de la inteligencia– es discreto y sutil. No hace grandes alharacas y opera en las sombras hasta destruir lo que pretende. Tú, querido colega, no eres más que un pringado en busca de atención que sólo consigue provocar a los cuatro tarados con los que compartes coeficiente intelectual. Si de algún modo compartes este ‘sentido arácnido’ para la mezquindad en forma de vértigo, hazle caso y calla la ‘bocona’ antes de confirmar que no eres tan inteligente como te crees.

 

Lo más leído