Asistimos a un conjunto de sucesos que delatan un cambio del clima más rápido de lo que se podía esperar. A la práctica desaparición de los mosquitos, que manchaban los parabrisas hasta el punto de tener que limpiarlos en las gasolineras, se suma ahora la ausencia de nieve en las montañas y la de lluvia en buena parte del Mediterráneo. Todo esto en acelerada progresión. Incluso la actual protesta de los agricultores se debe, en parte, a la imprevisibilidad de las condiciones de cultivo.
El desafío climático requiere medidas de gobierno, pues sus consecuencias entrañan cambios estructurales en el mundo, en Europa, en España y en León. A nivel global, vemos por ejemplo la apertura progresiva del Mar de Barents, que conecta el Atlántico con el Ártico y el Pacífico por el Estrecho de Bering, permitiendo el flujo de mercantes hacia Asia por una ruta ultracorta y sin hielo. Es una ventaja competitiva para la geopolítica rusa que induce la financiación del negacionismo climático mundial. Cuanto más deshielo por el calentamiento, mejor para Rusia. Pero no es la única beneficiada, ya que hay países que se han vuelto aptas para cultivos hasta ahora imposibles, o que ven reducidos los costes de explotación minera, como Canadá o Noruega.
Para Europa es decisiva la navegabilidad de los ríos, como el Rin, que peligra por la falta de nieve en los Alpes. Si los productos industriales suizo-alemanes no se pueden desplazar por vías fluviales, como sucedió algunas semanas de 2023, los costes se multiplican. Además, la importancia de Amsterdam y Roterdam como puertos de referencia podría decaer. Toda Centroeuropa puede sufrir perjuicios graves.
En España se está produciendo una muerte masiva de árboles por desecación en Cataluña y en Andalucía. El consumo hídrico del regadío está comprometido y sus grandes ciudades tienen problemas de suministro. Avanza una tropicalización de parte de Iberia, así como de reducción de nieve y frío de invierno en el norte, una mediterraneización. Si se afronta sin planes, puede provocar un desastre económico, pero si se programa la adaptación puede producir un vuelco en la expectativa de León.
Evaluar los cambios con una óptica leonesa resulta fundamental en esta coyuntura, para convertir desafíos en ventajas. Coser la provincia con embalses que no se llenan no merece aprecio, cuando hay pequeños embalses de cabecera en Castilla que pueden llenar numerosas balsas sin necesidad de trasvases lejanos, sujetos a pérdidas por fuga y evaporación, y caros de mantener. La Autonomía Leonesa acometería este cambio con compromiso y éxito para ser destino de inversiones y personas.