05/03/2023
 Actualizado a 05/03/2023
Guardar
Demasiado tiempo estuvieron los políticos sin rendir cuentas como merecen. Ahora existe Twitter y la clase dirigente dejó un reguero tan grande que la plebe tenemos material suficiente como para restregárselo por las narices durante mil vidas.

Es interesante esto, porque vivimos unos tiempos en los que los representantes políticos se dedican a señalar a la ciudadanía, en general, o a algún ciudadano, en particular, por lo que dicen o hacen. Tenemos a cargos rastreando las redes sociales de una enfermera para mirarle la ‘matrícula’ ideológica y justificar así su linchamiento en redes y su muerte civil porque la cagó al manifestar un problema. Pero si es al revés, si es el ‘pueblo’ el que anota en la libretina los errores para exponerlos ante el político que los cometió, entonces éste saca el comodín del ‘acoso’. Parece como si en ese sueldo de casi un centenar de miles de euros al año (más dietas) no vaya incluido el que te recuerden tus fallos. En cambio, es perfectamente admisible, según ellos, que el poderoso hostigue al débil.

Twitter es un agujero hediondo, sí. Y se podrán decir todas las barbaridades que se quieran de Elon Musk. Pero la aportación de la red social es impagable: ver cómo los mandamases se enfangan ellos solos y dejan este jugosísimo reguero, sin que nadie les obligue. Y luego ver las caras de pasmo porque no están acostumbrados a que un ‘hikikomori’ obeso sentado en el váter les saque los colores con links, pantallazos y capturas de vídeo.

Es maravilloso también verles tirar balones fuera. «Eso no procede», o bien «esto no interesa». O argumentos ‘ad hominem’: no importa el qué, los hechos, sino el quién. Si las acusaciones provienen de alguien que les cae mal o –de nuevo– tiene una ‘matrícula’ ideológica que no se corresponde con la suya, no cuenta. No vale.

Hay todavía quien se atreve a reñir a la gente, en general, cuando esta misma gente le pide explicaciones sobre qué hacía de cena o de fiesta cuando estaba prohibido reunirse con la familia para celebrar la navidad. Una prohibición aprobada, curiosamente, por quien estaba de cena o de fiesta en aquel momento. Lo mismo con las relaciones: como tengas una foto con tu primo el que fue vocal en las elecciones por aquel partido… date por muerto. En cambio, no pasa nada por aquella velada sin importancia junto a delincuentes de diverso pelaje. Una coincidencia comparable a ir viajando en helicóptero, caerse por la ventanilla y aterrizar justo en la silla libre de la mesa junto al resto de los comensales.

Como ciudadanos, nos quedan cada vez menos armas contra los de arriba. Una de ellas es la memoria. Así que habrá que recordárselo todas las veces que sean necesarias.
Lo más leído