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Discoteca vacía

28/01/2024
 Actualizado a 28/01/2024
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Eres una discoteca vacía. Grítese fuerte. Mucho mejor así que con voz serena. Es como lo hace Angélica Liddell en ‘Vudú (3318) Blixen’, seis horazas de obra sobre el desamor y la venganza.

Es un insulto maravilloso. Tiene la palatabilidad perfecta en boca. Tiene la imagen inmediata en la cabeza. Tiene los recuerdos, también. Aquella vez, de niño, jugando algo más alejados de lo habitual del huerto del abuelo. Entonces una voz que llama y que pide ayuda para meter unas cajas en la ‘boite’. De premio, un «pasad» y una fanta limón en un vaso de tubo, sentados en la barra. La pista de baile, la oscuridad –¿por qué no tiene ventanas?–, la extrañeza por lo que se cocería allí.

Luego, otras imágenes. Como llegar algo más pronto de lo habitual, y encontrar el local con sus luces, su música a todo lo que da… y lleno de nadie. Hay un acto reflejo ahí de salir corriendo, en lugar de esperar a que vaya llegando el resto de la humanidad. Una especie de peligro ancestral a ser el pionero, el anfitrión.

También sucede en el amor. Te encuentras con gente con el alma hueca. Que te lleva hacia sí con una promesa de diversión, de exploración o de huida. Y entonces te das cuenta de que no hay nada, que estás frente a alguien que se burla del amor. Del que provoca en los demás y en general. De esto, entre otras muchas cosas, va la función genial de Liddell.

El insulto, la cima de la creación. Hay una frase atribuida a Freud que el propio Freud atribuyó a su vez a un autor inglés anónimo: «El primer ser humano que lanzó un insulto en lugar de una piedra fue el fundador de la civilización». Y sí: no hay nada como un corazón destrozado para que la genialidad toque el cielo. Ni las estrategias militares más genocidas, ni el terrorismo más sanguinario puede llegar jamás al despliegue de inteligencia de quien le desea el mal al otro pero no mueve un dedo para provocárselo. Sólo la palabra y la lucidez.

«Palos y piedras podrán romper mis huesos, pero las palabras nunca me dañarán». Leído así parece fácil. Pero enfréntate a alguien que te dice que eres una discoteca vacía. Haz todo lo posible para que esas palabras te rodeen y te resbalen o te atraviesen como neutrinos. La violencia no precisa de habilidades intelectuales, pero el improperio pone el cerebro a funcionar al 150%. Cuántas veces nos habremos sorprendido siendo unos locutores radiofónicos matinales con renquera al pensar en nuestros enemigos. Como dice esa otra frase anónima: «Si discurriesen para lo bueno lo mismo que lo hacen para lo malo…».

 

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