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Los que dicen no

08/10/2023
 Actualizado a 08/10/2023
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Mi hijo está en la fase del no. Lo suyo es una enmienda a la totalidad de cuanto le rodea. Por las mañanas, antes de levantarse, ya me ha negado tres veces, como Pedro a Jesús. Algunos familiares ya le llaman el Doctor No. Dicen los padres agoreros, los que te advierten de que te despidas de dormir y de la vida social desde el momento del parto (son los que, en realidad, nunca la tuvieron y ahora culpan a sus hijos de ello), que no me preocupe, que se pasa, pero que mantenga la calma porque después de ésta viene otra fase peor y, más tarde, otra mucho peor. Y dice mi madre que sí, que puede ser, pero que será necesariamente después de los 46 años, porque yo todavía no la he superado.

A menudo mi hijo dice no mientras extiende la mano para coger lo que le ofrecen, o niega a voces y con las manos en la cabeza cuando ve a la Patrulla Canina, como si le fueran a torturar los intrépidos perritos, pero luego repite sus nombres de memoria y se enfada si se los quitas. Todo esto me ha hecho entrar en una intensa terapia sobre las formas del no. Ya me muevo con soltura por la psicología inversa y, como los búlgaros, asiento para rechazar y niego para aceptar, de modo que entiendo al revés todo lo que leo y escucho. Cada vez tropiezo con más noes que, en realidad, quieren decir todo lo contrario. La vida, sobre todo la política, se ha llenado de entrenadores ratificados por su presidente y despedidos a la semana siguiente.

Hay por ahí mucho noísta consumado que no tiene la ingenuidad de mi hijo. ‘Los que dicen no’ lo hacen siempre con una carga de cinismo y de desprecio, de creerse más listo que el resto, y nos torturan sin la gracia de ‘Los que dicen ni’, aquellos desternillantes bandoleros que se inventaron los Monty Phyton. Sin remontarse demasiado, sólo hay que recordar el «no dormiría tranquilo» si pactara conPodemos, «no vamos a pactar con EH Bildu» o el «no vamos a conceder ninguna amnistía» porque «no está contemplada en la Constitución».

Del otro bando hay también mucho noísta, como Alberto Núñez Feijóo, que dice no tener miedo a que su fracaso en la investidura le cueste el liderazgo del partido, lo que sumado a que Isabel Díaz Ayuso no está pensando en dar el salto a la política nacional se puede considerar perfectamente una doble negación que da, por fuerza, un resultado positivo. Por su parte, Sumar asegura sin que le escape la risa a su portavoz que no tienen decidido el apoyo a Pedro Sánchez, y Vox dice que no quiere tener nada que ver con los acomplejados partidos tradicionales, por eso ya han transferido siete millones de euros a la fundación que preside Santiago Abascal, ese gran negador no sólo de la violencia machista, sino que en su caso también de la mili, del trabajo y todo lo que no sea un sueldo público.  

Nadie salvo Mañueco y su consejero de cultura y toros hubiera recordado la unión de los reinos de Castilla y León, una zanahoria para el leonesismo

Un poco más acá, en Valladolid, el otro epicentro del centralismo (eso sí que son dos terremotos), también se sabe más por lo que los políticos niegan que por lo que afirman. Desde Las Cortes se empeñan en «hacer comunidad», expresión inquietante donde las haya porque siempre significa que nos va a costar dinero y, casi siempre, que va a resultar completamente inútil. En la Junta se han debido de entregar también a la psicología inversa y, hartos de fracasos, han decidido «hacer comunidad» al revés, es decir, dándonos tanta vergüenza ajena a todos los habitantes de las nueve provincias que quizá consigan unirnos por primera vez, aunque sólo sea para decirles que nos da grima vivir en la tierra que ellos gobiernan. A la vista de algunas de las declaraciones o iniciativas que llegan desde Valladolid, es muy posible que la estrategia les dé resultados. Sólo esta semana hemos conocido, por un lado, el logo de la excelencia de Castilla yLeón que, por decirlo finamente, recuerda a una pota, pero adentrados como estamos en el territorio de la negación quizá sea, en realidad, una brillante metáfora gráfica de esta comunidad autónoma; por otro lado, Mañueco ha anunciado también esta semana su intención de celebrar en el año 2030 el octavo centenario de la unión del reino de León con el de Castilla, un aniversario que nadie más que él, o seguramente su consejero de cultura y toros, hubiera tenido en cuenta, pero que ahora ya supone una zanahoria en el horizonte para el leonesismo, que hará todo lo que esté en su mano para que, obviamente, no se celebre. Porque el leonesismo, claro está, también sabe decir no: por ejemplo, a asumir responsabilidades.

Hay que intentar disfrutar la fase del no, que también de la negación se puede sacar algo positivo. A mi hijo, por ejemplo, aprovecho para preguntarle estos días si quiere hermanitos, si se quiere bautizar o si quiere ir a un colegio privado. Y la verdad es que nos ponemos de acuerdo. Además, también acaba de aprender a dar besos, así que supongo que es fácil imaginar lo que me resbala todo esto.

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