david-rubio-webb.jpg

Crunchi, crunchi, crunchi

13/11/2016
 Actualizado a 19/09/2019
Guardar
No se me despertó a la hora que ordené que se me despertara», decía el gran Carlos del Riego cuando entraba en la redacción. «Oye, Papi: hay un tío extraño sentado en el sofá crunchi crunchi crunchi tostadas», le respondía JoaquínRevuelta. Entre aquellos dos locos que charlaban entre sí con diálogos memorizados de ‘La naranja mecánica’ me crié en esta profesión. El manicomio («alguien baló sorprendido del truco» les hacía llorar de la risa) alcanzaba el éxtasis cuando coincidían con ellos Emilio L.Castellanos y Fulgencio Fernández. Todos ellos me enseñaron que «el pensar es para los atristos» y los entresijos de la cultura leonesa, cómo funcionan los repartos de cargos provinciales y de premios provincianos, dónde están los mejores pesebres para los peores versos, la coreografía de los billetes y esas horribles acuarelas que no se venden en exposiciones sino a los postres. Esta semana he recordado al viejo Rigui y uno de sus demoledores razonamientos: «El 99% de la población mundial son gilipollas, salvo los norteamericanos, que alcanzan el 100%».  También, buscando los motivos por los que el mundo ha decidido dejarse flequillo, me he acordado de la respuesta de sus hijas cuando llegaban a casa después de acompañarle a una tertulia radiofónica y su madre les preguntaba qué tal lo había hecho Papá en la radio: «Pues como siempre: haciéndose el listillo». No precisamente él sino toda la opinión pública internacional se ha pasado de listilla dándose la razón sobre lo tonto que era el candidato, y aún hoy, convertido ya en presidente, la intelectualidad se sigue dando la razón sobre las causas y las consecuencias. Como si nosotros, con un gobierno que Rajoy ha decidido llenar de hombres grises antes de que se los impongan, estuviésemos para opinar. Aquí, en el reparto de ministerios o de concejalías, la cultura que no vemos al otro lado del Atlántico se sitúa en el lugar donde menos estorbe. En cambio, la cultura leonesa que aquellos locos geniales me enseñaron a descifrar sigue siendo extraordinariamente activa. Tardó demasiado tiempo en aprender la lección de que no puede esperar nada de las instituciones, pero ahora, precisamente por eso, resulta envidiable la variedad de la programación que no se hace gracias a los dos caciques culturales que Ayuntamiento y Diputación han puesto al frente del área, sino a pesar de ellos. Por eso los retos que ahora se marca la cultura leonesa no tienen que ver con la creación artística, sino con superar el afán de protagonismo de sus dirigentes y lo que ya se ve como un cierto mal de ojo, pues van cayendo algunos artistas que un día, asumiendo el riesgo de que sus biografías perdieran todo atisbo de glamour, trajeron aquí sus leyendas, desde B.B. King a Leonard Cohen o Darío Fo, pasando por Krahe o Antonio Vega. Aute vino este verano y a punto estuvo el pobre de no poder contarlo. Hasta Bertín Osborne (perdón por ponerlo tan cerca de los otros nombres) perdió su programa después de actuar en la Plaza Mayor. No sé cómo algunos siguen aún teniendo ganas de venir, a sus años, por muy dinámicos que se sientan. Menos mal que a Dylan, que también estuvo en la plaza de toros leonesa, le dieron el Nobel, del que, por cierto, todo el mundo opinaba con la misma autoridad que sobre la victoria de Trump o sobre quién debe ser el delantero de la selección.
Lo más leído