26/12/2023
 Actualizado a 26/12/2023
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Me encuentro con el amigo Julián, conocido peluquero ya en la edad del júbilo. Después de intercambiar saludos debido a nuestra amistad, la cual se remonta a los años sesenta del pasado siglo, más o menos, y que dura hasta nuestros días. Los encuentros se distancian más al estar cesante en la actividad que, desde que era joven, venía desempeñando con gran maestría en la peluquería que, junto a su padre, regentaban en la avenida del Padre Isla y que, ahora tomó el testigo su hijo con el mismo nombre.

La peluquería de Julián fue un compendio de vivencias por los personajes que por allí han pasado y por lo que Julián sonsacaba mientras hacía un corte de pelo a gusto del cliente.

Recuerdo cuando por primera vez supe lo que era un corte a navaja, aquello sonaba a demasiado moderno de acuerdo con la moda imperante hasta entonces. Julián se adelantó practicando los primeros cortes entre la parroquia de amigos que pasaban por la peluquería y no sentían vergüenza alguna de ser pioneros de ir la última moda. Me vienen a la memoria los primeros cortes a navaja que vi hacer, los cuales consistían, como su propio nombre indica, en hacer el corte con navaja sin emplear la maquinilla, si acaso para perfilar las patillas.

En definitiva Julián se hizo una reputación que alcanzó por entonces al tener una clientela femenina, cosa nada frecuente salvo en las peluquerías de señora.

A lo que me quiero referir, después de este breve semblante hecho sobre el mentado Julián, es a la breve conversación que mantuvimos a las puertas del establecimiento que hasta su jubilación mantuvo vivo y con una gran clientela. Al vernos me dijo: Maxi se te ha olvidado tocar el tema de los ‘Carrines’ de Ricardo y Maxi, que en la acera cercana al cruce de Padre Isla, Suero de Quiñones y Renueva se instalaban.

La verdad era que no me acordaba si lo había tocado o no, pero lo cierto es que aquellos hombres, que nos acompañaron en nuestra niñez y juventud, quedaron grabados en nuestros recuerdos y en el frío que por entonces superaba, con creces, el clima del que ahora, que por el cambio climático o por otra causa, aguantamos.

Aquellas personas se ganaban la vida con unos ‘carrines’ que cada mañana instalaban en la citada avenida Padre Isla, en la cercanías de la Estación de Matallana, sacando a la familia adelante a base de vender golosinas (hoy conocidas como chuches) y pitillos de tabaco suelto, aguantando muchas horas sin, creo, ir a comer a casa y en pie firme estoicamente, cobijándose en los meses de aquellos duros inviernos en los portales cercanos a los carrines, con los guantes de lana abiertos por las puntas de los dedos a fin de facilitar el dispensar de los muchos artículos que, una clientela escasa de dinero, sobre todo de menor edad, los domingos y días de fiesta consumía como consecuencia de la propina que los padres te daban.

Ahora, a pesar del problema del empleo que venimos sufriendo, casi duplicando el paro de Europa, raro es el niño que no puede comprar en los quioscos unas chuches sin desequilibrar la economía familiar.

Eran tiempos muy duros que, sin tener las ayudas sociales que en la actualidad se tienen, aquellas familias de menor capacidad económica, la mayoría no llegaban a lo que hoy denominamos como clase media, a base de una administración férrea llevada a cabo, sobre todo por parte las madres, pudieron sacar adelante el núcleo familiar y que hoy, sus nietos, escuchan con cierta sorpresa como se vivió aquello, pero sin sentirlo.

Julián y un servidor hablábamos el mismo idioma al referirnos a aquellos duros años que, en parte, ambos compartimos aunque sin padecer necesidades vitales, y nos despedimos hasta otro día, para seguir comentando. Para quienes así lo sientan. ¡Felices Fiestas!

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