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Los que caminan por la vida

07/04/2024
 Actualizado a 07/04/2024
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Un jugador del F.C. Barcelona, vasco para más señas, se bajó el otro día de su cochazo y le ofreció una mano de hostias a un tiktoker que gana seguidores a base de llamarle tonto cada día cuando sale de su entrenamiento. Los bares donde desayuno con mi hermano Alfonso se llenan algunas mañanas de lumbreras que hacen contrapicados al pincho de tortilla y emplean extraños tecnicismos para describir la forma en que el huevo corre entre las patatas, como si supieran de lo que hablan, para que vengan después otros iluminados a darnos la opinión que nadie les ha pedido sobre cuáles son los mejores pinchos de la ciudad y, al final, nos quedemos todos sin tortilla. Las niñas ya no quieren ser princesas: quieren ser influencers. Sí, definitivamente creo que les estoy cogiendo manía a todos los que se hacen llamar creadores de contenido, último eufemismo para referirse a los turras. Me pasa también con los CEO, como ahora se hacen llamar los directores ejecutivos, que tienen tienen copado Linkedin, donde si no eres CEO no pintas nada. Dan ganas de hacer uno de sus cansinos listados, a ver si se viraliza: ‘Los 20 chapas más insoportables de las redes sociales de los que puedes prescindir perfectamente’; o bien ‘Los 20 fatos que se hacen pasar por CEO y en realidad son autónomos’.

Los gastronómicos son los peores de estos creadores de contenido. Hablan a cámara con la boca llena y creen saber diferenciar la vaca vieja del buey. También los CEO cometen el mismo pecado: creen saber gestionar cualquier tipo de empresa y, más que la boca, se ve que tienen la barriga llena.Al fin y al cabo, ambos viven de las apariencias. De su combinación podemos llegar hasta lo que ha pasado esta semana con la empresa cárnica Valles del Esla, que el jueves anunció por sorpresa su cierre y dejó en el alambre a sus trabajadores y a los ganaderos que les criaban las vacas viejas, los bueyes o lo que sean.

Uno puede saber administrar una multinacional con miles de empleados y, en cambio, fracasar estrepitosamente en la gestión de una cuadra. Más que la ambición y la torpeza de los honorables, los que caminan por la vida trayendo su paz y amor, la vieja historia repetida del drama que a menudo supone el relevo generacional en las empresas familiares, quizá la situación debería servir para que valoremos como merecen las dificultades que tienen que superar los ganaderos, auténticos héroes de la economía local y global. Arrastrados a las protestas por los agricultores que, en cambio, piden más pantanos y menos pastos, comparten con ellos algunas de sus legítimas reivindicaciones, pues padecen a los perros con los mismos collares, pero además tienen que superar otra serie adversidades que convierten su oficio en una cruel esclavitud con la que parece ensañarse el sistema.

Valles del Esla nació profetizando otra salvación para la montaña leonesa, lo que le valió para conseguir reverencias políticas que permitieron que el verbo, antes de hacerse carne (aquí literalmente), trajera millonarias subvenciones que hoy llenarán las cuentas de resultados de empresas con apellidos de otro beatificado CEO. La palabra tratante se queda aquí demasiado grande, nadie entre los implicados la merece, porque la fórmula empleada se viste del insoportable lenguaje de los creadores de contenido, alguna palabra en inglés para que parezca todo más moderno, pero en realidad se repite desde la Edad Media: con el dinero por delante, acudo a las subastas y me quedo con los mejores pastos para intentar que todo el que quiera trabajar en esto tenga que trabajar para mí. Y que me llamen don. También en el Páramo las multinacionales venden la semilla, el fertilizante, secan el maíz y luego se lo compran a los agricultores. Es la misma teoría de la Thermomix: parece que lo hace todo por ti pero, si lo piensas bien, eres tú el que está trabajando para ella.

Asistimos una vez más a la ceremonia de ver cómo se nos desvanece otro milagro entre los dedos, un milagro en el que ya muy pocos creían ante las evidencias de que los sueños de unos vuelven a ser los juguetes de otros, el imposible viaje de los puertos a los despachos. Como con algunos programas electorales, el único consuelo que nos queda es comprobar que tampoco se cumplen, así que habrá que relativizar el drama y, si hay que encontrar la fe, rogar a quien corresponda para que no sea otra vez en forma de más subvenciones, porque la penitencia siempre es para los mismos. El que quiera rezar que rece, pero que no nos vendan más milagros y que se vuelva a escuchar, en cambio, la sabiduría de los viejos ganaderos y su repetida sentencia de que todo muy bien, sí, pero la vaca por lo que vale. Y líbrenos, señor, de los salvadores y los creadores de contenido.

 

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