21/01/2024
 Actualizado a 21/01/2024
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Hasta entonces, lo más cosmopolita que te podías echar a la cara era ir al Continente y encontrarte a Corny Thompson saliendo hacia el parking con el carrito.

Y, de repente, un día esto era Hollywood. Es decir, abrieron el Musac. Había que ver cómo estaban las ruinas de la azucarera el día de la inauguración: mesas larguísimas llenas de la flor y nata de la modernez española. A la izquierda de cada asiento, un DJ de vanguardia; a la derecha, una galerista millonaria. Exquisiteces prohibitivas en los platos y los baños portátiles –los más lujosos que hayan visto estos ojos–, atestados de gente guapa que entraba de siete en siete. De postre, un cubo a imagen y semejanza del nuevo espacio artístico de la ciudad, pero de chocolate.

Luego llegaron otros deliciosos dispendios. Tocaron los Ladytron por la cara en la explanada frente al museo. Y la Plaza de Toros estaba día sí, día también a tope de programación musical internacional. Vino Jeff Mills a pinchar y también los Saint Etienne, con los que te podías echar unos vinos antes de su actuación.

Estuvo también lo de Pipilotti Rist, recién aterrizado desde la Bienal de Venecia hasta León: señoras de Palanquinos tumbadas sobre unos cojines gigantes en el suelo y mirando en el techo proyecciones de chicas en tetas pisando frutas tropicales. También la ‘première’ ¿mundial? de la peli de Björk junto a Matthew Barney, para la que se fletó un tren entero lleno de modernos de Madrid. O el Premio Mies van der Rohe al mejor edificio europeo.

Pero lo mejor fue lo de Arco. Cada año, la delegación leonesa resultaba la más esperada. Era aparecer la comitiva por los pasillos de Ifema y todos los galeristas se cuadraban; más incluso que con los Reyes. Tal vez la consejera de Cultura de la Junta se fijase en algo, acaso una bolsa de plástico del Mercadona clavada en la pared de un ‘stand’ con chinchetas que dibujaban la cara de Mickey Mouse. Entonces, una mueca de extrañeza en su rostro. Y, rápidamente, el director de nuestro centro de vanguardia que se acercaba y le explicaba que el artista pretendía comunicar cómo el capitalismo y la sociedad de consumo actual utilizaban los referentes de los productos de entretenimiento incluso en los materiales de desecho y etcétera, etcétera, etcétera. La responsable autonómica asentía entonces con un «qué interesante» y un gesto que no se adecuaba a esa frase, y el responsable del museo proseguía el recorrido junto a ella, para girarse un segundo y, mirando al dueño de la galería, hacerle un gesto de firmar la cuenta y mover los labios de forma que en ellos se podía leer: «Apúntamelo». Ah, los tiempos en que atábamos a los perros con longanizas.
 

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