03/10/2023
 Actualizado a 03/10/2023
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El sello que me encargó mi padre para hacerme un anillo ante mi insistencia, fue con la plata de una moneda de Alfonso XXIII que tenía guardada para el día de mañana hacer un sello con las iniciales de alguno de los hijos, algo que en aquellos años estaba bastante de moda. Los que sus padres se lo podían permitir lo llevaban de oro como signo de distinción. En mi caso, y atraído por la moda de llevarlo del material que fuera, yo me conformaba con que fuera de acero inoxidable que, con las iniciales de mi nombre y apellido, me hacía estar a la altura de los demás jóvenes que lo tenían.

Vivíamos en una sociedad clasista y de mucha apariencia que tenía a gala destacar unos frente a los demás luciendo lo mejor que tenían para suscitar la envidia ante los que no gozaban de buena posición. Después, con el tiempo, y en una sociedad con mejores posibles, se pasó a llevar solitario con una piedra preciosa (o eso creíamos), siempre intentando marcar diferencias frente a los otros. Por aquellos años se valoraban las apariencias externas por encima de los valores que cada uno albergaba dentro y que, con el tiempo, pusieron a cada uno en su sitio dejando lo de las clases sociales a un lado frente a la valía que, por los conocimientos adquiridos, a cada uno se le otorgaba.

Parece mentira lo que han cambiado las cosas, en este caso para mejor, pasando de valorar la impostura, sin ningún otro mérito que ser el pertenecer a tal o cual familia, aunque no aportaran nada más a la sociedad que un apellido de una ascendencia conocida por diferentes motivos, a gozar de un reconocimiento social sin diferencia de clases (relativamente).

Todavía recuerdo cuando alguien, hijo o nieto, de algún ilustre apellido de la ciudad, era presentado a otras personas, se hacía hincapié destacando la sonoridad del mismo, aunque ya no le alcanzara un galgo. El ser de una familia de cierto renombre, te abría muchas puertas y buenos empleos.

Hoy, aunque se sigue apelando a las recomendaciones en determinadas situaciones, predominan los valores y conocimientos que uno pueda aportar a esta sociedad competitiva. Actualmente las recomendaciones, que no son lo mismo que los enchufes, se suelen hacer con discreción, al contrario que en aquellos años en los que sacabas pecho (por ejemplo entre los que hicimos la mili) diciendo: yo estoy enchufado a tal o cual mando como signo de importancia.


A lo que iba, hoy casi ningún hombre luce sortijas o solitarios, exceptuando las de casado o prometidos simbolizando el amor que se tiene, o se tuvo, hacia otra persona y que, de esta forma, se evitan tener que dar otras explicaciones sobre el estado en que cada uno se encuentra y que, en determinadas circunstancias, actúan como un recuerdo permanente que, aunque se lleve en el dedo, penetra hasta el corazón.
Permítaseme esta licencia sobre lo que, en días pasados, escuché a Pedro Sánchez refriéndose a su rival político, Núñez Feijóo, y que, a mi juicio , no tiene desperdicio: «Está tan acostumbrado a a mentir a todo el mundo , que se miente a si mismo».

Sin comentarios.

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