Necesitabas enchufe para que te cogiera la limosna

Joaquín Morán, ‘El Pobre’, del Banco de Bilbao o de Ordoño, era de Torneros de la Valdería pero se convirtió en un símbolo de la capital. Jamás se metió con nadie, no se pudo librar de las leyendas urbanas habituales –que era millonario, tenía varias carreras...– no pedía, pero si extendía la mano había cola para darle una limosna

Fulgencio Fernández
30/12/2018
 Actualizado a 18/09/2019
joaquin-pobre-ful-301218.jpg
joaquin-pobre-ful-301218.jpg
Joaquín se convirtió en uno de los personajes más entrañables y queridos de la capital. Se lo ganó día a día por no meterse jamás con nadie, por no responder a los pocos desaires que recibía. Era como un personaje navideño pues en estas fechas eran muchos los leoneses que querían hacerle algún regalo, llevarle algo de comida, lo que fuera... pero Joaquín no lo quería. Era un pobre que no pedía limosna por eso las pocas veces que extendía la mano «había cola» para posar allí unas monedas.

Recuerdo un día que estaba hablando con él —privilegio fruto de una amistad común, el hermano José Luis— y cuando me iba, una mujer me pidió por favor que fuera con ella a hablar con él para darle una limosna.

Frente a las leyendas de que era millonario o tenía varias carreras estaba la realidad de un niño que perdió a su padre con 6 años y al morir su madre se fue del pueblo El pobre —Joaquín Morán— formaba parte del paisaje del centro de León pues pasaba largas horas sentado en el último edificio de Ordoño para llegar a la plaza de Santo Domingo. Por eso para algunos era El pobre del Banco de Bilbao (entonces), El pobre de Ordoño o El Barbas, por motivos obvios. Pero para la mayoría era El pobre, no un pobre.

Pese a que ni pedía ni aceptaba limosna, habitualmente estaba quieto, en silencio, con una enorme gabardina sucia. Allí dormía por las noches en un extraño ejercicio de equilibrio, pero no consta que jamás haya caído.

Hay una anécdota que ilustra muy bien su independencia, la contaba el hermano José Luis, encargado del proyecto transeúntes y su Hogar (también del periódico que llevó ese nombre) y recuerda cómo le quisieron arreglar los papeles para que cobrara una pensión asistencial, y le preguntó si tenía algún papel, si le podía llevar a su oficina un carnet de identidad aunque fuera caducado o algún documento. Al pobre no le pareció bien pero no lo dijo, simplemente no volvió en un par de meses a comer por el comedor de la caridad, hasta que el citado fraile volvió a buscarlo y le prometió no meterse nunca más en su vida ni, por supuesto, tratar de arreglarle ningún tipo de ayuda o pensión.

Con una vida así era inevitable que a su alrededor y sobre su figura anidaran en la ciudad las inevitables leyendas urbanas, las más repetidas: que era millonario, que tenía varias carreras y «se había pasado de listo». Una cena de Nochebuena que pude compartir con él en el Hogar del Transeúnte le pregunté por las dos leyendas, fue la única vez que le vi sonreír, tampoco practicaba este deporte.

No era verdad ni se asomaba a ella. Realmente Joaquín tuvo una biografía mucho menos ‘glamurosa’. Había nacido en Torneros de la Valdería y cuando tenía solamente seis años falleció su padre, pero la muerte que más le marcó fue la de su madre, cuando él tenía 30 años. «Cuando perdió a su madre el se fue alejando del pueblo, cada vez venía menos, no sabíamos casi nada de él, se hizo mucho más taciturno, menos hablador, estaba muy unido a nuestra madre», recordaba su hermana Peregrina , que regentaba un bar en Torneros y, en contra de lo que también se creía, trató en innumerables ocasiones de llevar a Joaquín al pueblo y a su casa pero éste, o bien no quería o una vez allí cogía la carretera y comenzaba a caminar de regreso a León.

Vivía sentado en el alféizar de una ventana del Banco de Bilbao y allí dormía, hasta que su salud se resintió y cuando fue al hospital los médicos no entendían cómo estaba vivo A León en su última etapa pues Joaquín primero se fue a Madrid y allí acabó ejerciendo la mendicidad unos años, sin saberse muy bien cómo llegó a esta situación pues nada contaba.Pero el ambiente en la populosa Madrid debía ser mucho menos tranquilo y un día cogió un tren de regresó que desembarcó directamente en un banco del alféizar del Banco de Bilbao, en el inicio de Ordoño II. Fue la imagen de aquel banco durante muchos años y fueron muy comentadas (hoy sería una imagen viral) un par de fotos, una de Cundi Pérez en la que al lado de su figura un cartel anunciaba: «Hasta cinco millones para lo que usted quiera». Parecía que era él quien ofrecía los millones, ¿cómo no iba a crecer la leyenda de que era millonario?

La segunda foto es de Mauri Peña. El cartel que tenía Joaquín detrás también tenía ironía: «Tú futuro no admite dudas».

Así fue como El pobre protagonizó una anécdota, o no tanto. El desaparecido periódico La Crónica de León organizó una encuesta para saber los personajes más conocidos de la ciudad. Y por encima de políticos y otras personalidades de la vida social aparecía Joaquín El pobre. Alguno de los citados llevó un serio disgusto.

Debería llevar años muerto

El tiempo no pasa en balde para nadie, ni para Joaquín. Las noches de invierno a la intemperie en León le pasan factura a cualquiera y también a Joaquín. En una Navidad al fin reconoció que se encontraba mal, le dijo al hermano José Luis que le «dolía el bazo o el riñón, que le dolía mucho. Lo llevamos al hospital y ya no volvió a la calle, ni a Ordoño ni a otra». Recordaba el fraile que los médicos no entendían nada, que tenía un problema grave de azúcar que jamás se había tratado. «Cualquier otro llevaría años muerto», le llegaron a explicar.

Le quisieron arreglar los papeles en el Hogar del Transeúnte para que cobrara una ayuda. Le pareció mal, tardó semanas en volver por allí; jamás quiso nada de nadie este ser libre Ahora sí acepto regresar a Torneros con su hermana Peregrina y sus sobrinos, que le acogieron como siempre habían querido hacer. Pasó unos años muy tranquilo, ayudaba con el cuidado de las ovejas, paseaba y tomaba el sol, horas y horas, hablando muy poco, eso sí. Iba perdiendo movilidad y era un hombre muy grande con lo que Peregrina tenía serias dificultades para manejarlo por lo que estaba intentando tramitar algún tipo de ayuda para poder atenderlo como ella quería.

Como si se hubiera dado cuenta de que empezaba a ser un problema en otra Navidad, el día de los inocentes de hace poco más de una década, su corazón se apagó, sin dar un ruido, sin un reproche, con absoluta placidez.

Peregrina llamó a su amigo y benefactor, el hermano José Luis y le contó las últimas horas de Joaquín. El fraile, un tipo humano impresionante, decía: «Cuando Peregrina me llamó y me dijo que había muerto y cómo había muerto me dije tranquilo: Señor, ya me puedes llevar, este trabajo de tantos años ahora se que ha merecido la pena. Si me llevas, perfecto, volveré a estar con Joaquín, un tipo muy entrañable más allá de todas las leyendas».

Esa misma sensación tuvo mucha gente. La noticia de su muerte se comentaba en todas partes y José Luis recuperaba otra realidad: «Hasta algunos que yo se que no le querían bien vinieron a lamentar su fallecimiento pues, al final, todos pudieron comprobar que no puede haber maldad en quien jamás se había metido con nadie».

Inolvidable Joaquín El pobre.
Lo más leído