El Vaticano de la danza

La compañía del Mariinski, esencia del ballet ruso, pone en escena ‘La bayadera’, de Marius Petipa, que este jueves exhibe los cines Van Gogh de la capital leonesa

Javier Heras
12/04/2018
 Actualizado a 15/09/2019
Una imagen del ballet de Minkus y Petipa ‘La bayadera’. | L.N.C.
Una imagen del ballet de Minkus y Petipa ‘La bayadera’. | L.N.C.
Aquí se estrenaron ‘La bella durmiente’, ‘El cascanueces’ o ‘Raymonda’, y se formaron estrellas como Nijinsky, Balanchine, Makarova o Barishnikov. En sus casi 300 años, el Mariinski de San Petersburgo –llamado Kirov durante la época soviética en honor a un general comunista– no solo se ha mantenido como una inagotable cantera de talento, sino sobre todo como guardián del patrimonio. Sin su estructura no se habría conservado gran parte del repertorio universal. Los especialistas lo consideran la cumbre del ballet clásico. El Vaticano de la danza rusa.

El público suele asociar los Teatros Imperiales al nombre de Chaikovski, pero el pilar fundamental de su historia nació en Marsella y estudió en Bélgica: Marius Petipa (1818-1910), probablemente el coreógrafo más influyente de todos los tiempos. Dejó más de 100 obras y elevó el estilo a sus mayores cotas de perfección académica, elegancia, musicalidad, coordinación y lirismo. Qué mejor para comprobarlo que ‘La bayadera’, que elaboró en 1877 junto al compositor vienés Ludwig Minkus. Este jueves, a las 20:00 horas, se retransmite en los Cines Van Gogh desde San Petersburgo.

«Si no disfrutas de ‘La bayadera’, no sabes disfrutar del ballet», sentenció el crítico británico Clive Barnes en 1963 en el New York Times. Este clásico indiscutible dio la gloria a muchos de sus protagonistas: en 1877 lo bailó el mismísimo Lev Ivanov; en 1902, Anna Pavlova, y en 1958, Rudolf Nureyev. El título se refiere a las bailarinas religiosas de los templos de la India, consagradas desde la infancia a esos rituales. Se llamaban devadasi, pero los colonos portugueses las denominaron bailadeiras, que derivó en bayaderas. En la trama, una de ellas, de nombre Nikiya, se enamora de un príncipe guerrero, que a su vez le jura fidelidad. Pero más tarde el rajá le concede la mano de su hija, y el joven traiciona a su prometida. Para colmo, la pobre bayadera agoniza por la mordedura de una serpiente enviada por su enemiga.

El libreto se basa en dos dramas del poeta Kalidasa, del siglo VI, traducidos del sánscrito al ruso pocos años antes. Petipa lo redactó con la ayuda del dramaturgo Sergei Kuschelok. Era habitual en la segunda mitad del siglo XIX que las artes se fijasen en las culturas exóticas. En el caso del ballet, permitían escenas de acción colectivas, decorados coloristas, vestuario variopinto, piruetas y movimientos sensuales. La partitura emplea escalas orientales y una rica instrumentación. Pero por encima del puro espectáculo, ‘La bayadera’ trascendió gracias a un pasaje íntimo, el del Reino de las sombras. Un acto ‘blanco ‘(como el del bosque de ‘Giselle’) en el que 32 bailarinas se mueven sincronizadas como una sola.

El cuerpo de ballet del Mariinski, liderado por la prima ballerina, avanza en fila desde lo alto de una rampa. Son los espectros de las bayaderas, que salen del interior de una montaña. Una danza pura, abstracta, que con medios aparentemente sencillos alcanzó la eternidad. La escena, representada muchas veces como extracto aislado, conecta con ‘El lago de los cisnes’ (ballet estrenado apenas un mes después que éste). Sin embargo, los elementos sobrenaturales no se introducen como si nada –algo tan propio del Romanticismo–, sino que se justifican desde el realismo: todo es una alucinación del príncipe, que ha fumado opio para intentar consolarse después de haber perdido a su amada. El recurso estaba de moda en la época y aparecía en ‘El corsario’ o ‘La peri’.
Lo más leído