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El gabinete del baratero

09/10/2019
 Actualizado a 09/10/2019
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Hace tiempo, un viejo trotamundos me contó que en Australia estuvo prohibido el juego, como tantas otras cosas, cuando los hijos de los rufianes que los ingleses recluyeron en el continente, derivaron hacia el puritanismo. Quizá para hacerse perdonar su turbio pasado. Algún resquicio debió de quedar mal sellado porque apareció un fulano de Valladolid, que echaría de menos el vuelo y el sonido de las monedas del baratero, sobre el suelo de la plaza de Portugalete. A la espalda de la inconclusa catedral de Valladolid; de la futura capital de la comunidad, como ya veréis.

La cosa cuajó y aquel remoto lugar se convirtió en el foco de todos los viciosos australes. Luego, como en España, se abrió la mano por la cosa de la recaudación, y el juego se dignificó. Hasta el punto, que un ministro de Justicia de Rajoy –Rafael Catalá– labró su fortuna en el sector de las máquinas tragaperras y de ahí, saltó al ministerio. ¡Qué hombre tan sutil! ¡Todo un ejemplo! Sus maniobras en el ‘lobby’ del juego –sin descuidar la Justicia– fueron sorprendentes y, posiblemente, a ello se debamos la legalización de las timbas y la tolerancia a esta inclinación que arrastra a muchos jóvenes sin futuro.

Pero, cuando la crisis nos amenaza y la escasez hace mella en las tripas, el juego se abre paso como la solución que nos sacará de la penuria. De ahí que, proliferen tanto los locales de juego por todo el país, desafiando las leyes para su ubicación y la prohibición para los menores de edad. La última modalidad no menos peligrosa, al ser más privada y accesible, es contar con un móvil y alguna de tantas aplicaciones. El fútbol es de lo más propicio. Se apuesta por los goles, las faltas, los orsais… y a lo largo del partido, hasta el final. Por las apuestas se han amañado muchos partidos, para favorecer a ciertos apostantes. La publicidad en los estadios es apabullante e incluso los propios ídolos deportivos llevan en sus camisetas anuncios de las nuevas timbas.

Por si sirve de algo, un antiguo dicho te previene: «Afortunado en el juego, desgraciado en amores» o «en la mesa y en el juego se conoce al caballero». Pero más contundente, «jugar por necesidad, perder por obligación». La casa siempre gana. Tú la pierdes.
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